y los envió por delante...
a todas las ciudades y sitios a donde ÉL había de ir...'
(Lc 10,1)

A Dios, no adiós

Alejandra María Sosa Elízaga*

A Dios, no adiós

La estrategia era enviarle unas gentes que primero lo adularan (pues creían que sería susceptible a los elogios, como ciertos personajes vanidosos a los que basta elogiarlos para echárselos a la bolsa), y luego le plantearan una pregunta a la que si contestaba que sí, quedaría muy mal con la gente y si contestaba que no, lo acusarían con las autoridades.

¿A quién me refiero?, ¿acaso a un candidato político del que sus enemigos quisieran que su popularidad en las encuestas cayera vertiginosamente o sacar de la contienda con alguna triquiñuela? Nada de eso.

Me refiero a Jesús, al que según narra el Evangelio que se proclama este domingo en Misa (ver Mt 22, 15-21), los fariseos, querían “hacer caer” con “preguntas insidiosas”, por lo que le enviaron unas gentes que luego de llamarlo ‘Maestro’ y alabarlo por su sinceridad, veracidad e imparcialidad, le lanzaron la estocada (o eso creyeron), preguntándole si era lícito o no pagar el tributo al César (que no era como decir ‘al Pepe’ o ‘a la Juanita’, sino que se refería al título empleado por el emperador romano, que exigía impuestos al pueblo de Israel, que estaba bajo su dominio).

La pregunta estaba pensada (es un decir) para perjudicarlo de todas, todas, pues si respondía que sí, dirían que estaba a favor de que los romanos oprimieran al pueblo, y si decía que no, lo harían quedar como un alborotador que azuzaba a la gente a no cumplir sus deberes cívicos.

Creían haberle dado un golpe maestro al Maestro. Menuda sorpresa se llevaron cuando Jesús les hizo saber que se daba perfecta cuenta de que eran hipócritas y no se dejó atrapar en su trampa, pero no se conformó con eso, sino que fiel a Su costumbre de responder bien aún a los que lo cuestionaban con mala intención, aprovechó la ocasión para dar una valiosa enseñanza que iba mucho más allá de lo que ellos deseaban preguntar o incluso saber.

Les pidió que le mostraran una moneda (con lo cual quedó claro que no llevaba dinero romano y en cambio ellos sí); cuando se la mostraron les preguntó de quién era la imagen grabada en ésta, y cuando le dijeron: “del César”, les dijo algo que los dejó turulatos: “Den, pues al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”.

¿Qué quiso decir? Vale la pena reflexionar en ello, pues esta frase ha sido muy manoseada y malinterpretada, sobre todo por quienes parece que entienden lo de “a Dios lo que es de Dios” de corrido y con minúscula: ‘adiós lo que es de Dios’, y pretenden enarbolarla para defender el ‘estado laico’ que según ellos consiste en desaparecer toda mención de Dios en la educación, en la cultura, en la vida social o política, y que aquel que ocupe un cargo público practique de manera vergonzante su religión, en lo oscurito, en la privacidad de su casa, sin que nadie lo sepa, y que los ministros de culto se queden encerrados en sus iglesias con los ojos levantados al Cielo y la boca cerrada, sin darse por enterados de lo que sucede alrededor.

¿Qué quiso decir Jesús? Cabe interpretar que está indicando que las personas deben cumplir sus deberes hacia el estado y hacia Dios y dar a cada cual lo que le corresponda.

Entonces hay que preguntar, ¿qué es lo que le corresponde al estado?, ¿el pago de impuestos?, pues se le pagan y listo.

Pero hay que preguntar también, ¿qué es lo que le corresponde a Dios?, ¿qué es “lo que es de Dios”?, y la única respuesta es: ¡todo!

Viene a la mente lo que preguntaba San Pablo: “¿qué tienes que no lo hayas recibido?” (1Cor 4,7). Tu vida, tu salud, tus talentos y capacidades, todo lo que eres y posees te fue dado por Dios, lo recibiste de Él. Todo lo tuyo es Suyo. Tú eres de Dios.

Así que darle “a Dios lo que es de Dios” no puede pues entenderse como invitación a encerrarlo en el Cielo y convertirlo en huésped ultra secreto que se visita de incógnito de vez en cuando, sino en tributarle la gratitud, la alabanza, el culto, el reconocimiento que merece, no sólo en nuestro interior más profundo, sino en nuestro comportamiento exterior; no sólo en la vida privada sino en la pública; no sólo cuando nada más Él nos ve en lo oculto, sino cuando nos mira todo el mundo.

 

(Del libro de Alejandra Ma Sosa E “La Fiesta de Dios”, col. Lámpara para tus pasos, ciclo A, Ediciones 72, México, p. 139, disponible en Amazon).

Publicado el domingo 18 de octubre de 2020 en las pag web y de facebook de Ediciones 72