Todo lo puedes
Alejandra María Sosa Elízaga*
Si me pasa algo así ¡me muero!
Es una frase que solemos decir cuando consideramos la posibilidad de que nos pase algo que por ningún motivo querríamos que nos sucediera porque nos parece terrible y porque además estamos seguros de que no seríamos capaces de soportarlo y salir adelante.
Algunos acompañan estas palabras con el ridículo gesto de 'tocar madera', acogiéndose supersticiosamente a los inexistentes poderes sobrenaturales de un ex-tronco de árbol; otros simplemente se estremecen interiormente, esperando que Dios no esté volteando para su lado en estos momentos, no sea que se le ocurra mandarles aquello.
Muchas personas viven con miedo, anticipando catástrofes que quizá nunca llegan, pero que en su mente ya están padeciendo: ¿Qué voy a hacer si se me muere fulano?, ¿qué será de mí si me roban lo que tengo?, ¿cómo saldré adelante si me enfermo?
Viven paralizadas por las terribles posibilidades que imaginan. Y, paradójicamente, la causa de sus males no es que tengan demasiada imaginación, sino que tienen demasiado poca. ¿Qué significa esto? Que cuando visualizan las posibles desgracias que les pueden acontecer no visualizan también la otra parte: la buena, la que las ayudará a salir adelante.
Y ¿cuál es esa parte? Nos la dice San Pablo, resumida en una bella e inspiradísima frase que aparece en la Segunda Lectura que se proclama este doimingo en Misa: "Todo lo puedo en Aquel que me conforta" (Flp 4,13), es decir, que si me tomo de la mano del Señor, si recurro a Él, si me pongo en Sus manos, no importa qué cosa terrible o triste o difícil me toque vivir, Él me dará la fuerza para superarla.
Y mira que esta frase no la dijo alguien nomás de dientes para afuera, la dijo San Pablo, que en muchísimas ocasiones se las vio verdaderamente negras, como él mismo lo afirma en su Carta a los Corintios:
"Cinco veces recibí de los judíos cuarenta azotes menos uno; tres veces fui azotado con varas; una vez apedreado (hasta ser dado por muerto, arrastrado y tirado sin miramientos a las afueras de la ciudad); tres veces naufragué; un día y una noche pasé en el abismo. Viajes frecuentes; peligros de ríos; peligros de salteadores; peligros de los de mi raza (que en más de una vez lo hicieron encarcelar) ; peligros de los gentiles; peligros en ciudad (enemigos que lo querían matar); peligros en despoblado (barrancos, pantanos, etc.); peligros por mar; peligros entre falsos hermanos (que lo traicionaban); trabajo y fatiga; noches sin dormir, muchas veces; hambre y sed; muchos días sin comer; frío y desnudez..." (2 Cor 11, 24-27).
Conmueve y convence que luego de todo eso San Pablo se atreva a afirmar con toda la fuerza y veracidad que le da su experiencia, que uno todo lo puede en el Señor.
El Señor nos da Su gracia, Su luz, Su fuerza para superar aquello que permite que vivamos. Jamás nos pide nada que no esté dispuesto a ayudarnos a realizar; jamás nos envía a donde Su gracia no nos pueda a sostener.
Junto a mi cama, pegada en la pared tengo una hoja de papel blanco que no recuerdo quién me regaló, que tiene, dibujado a plumilla, un bello rostro de Cristo de perfil y coronado de espinas, con un texto en la parte inferior que dice: "Señor, ayúdame a recordar que hoy no sucederá nada que Tú y yo juntos no podamos superar".
Me recuerda la frase de San Pablo porque implica que todo es superable cuando se vive junto a Aquel que nos ama y nos tiene arropados en la palma de Su mano.
Le he sacado 'sopetecientas' fotocopias porque me gusta regalársela a personas que están pasando por momentos difíciles (cuando la he llevado a algún amigo hospitalizado, ha sucedido que algunas enfermeras, doctores y hasta pacientes de otras camas piden copias porque dicen que los llena de paz y de consuelo).
De todo lo anterior se pueden desprender tres conclusiones.
En primer lugar, que es una ociosidad estar preocupándose por cosas que todavía ni suceden porque no sabemos si sucederán siquiera (te preocupa qué será de ti en tu vejez y quizá ¡ni llegues a esa edad!).
En segundo lugar, que hay que recordar el Señor nos dará la fuerza para superar lo que nos pase cuando nos pase, no antes, así que no tiene caso comenzar a preocuparnos anticipadamente pues no hemos recibido la gracia para superar eso que todavía ¡ni sucede!
Y por último, que el hecho de que el Señor nos ayude no significa que no sufriremos dolor o dificultades (te aseguro que a Pablo le ardió cada azote y le dolió cada pedrada), significa que Él nos conforta, nos fortalece, para que en lugar de que las dificultades se nos conviertan en obstáculos que nos hagan tropezar o nos derrumben, sean para nosotros escalones que nos hagan crecer espiritualmente y de las que salgamos, como San Pablo, fortalecidos, con una fe firme, una paz inquebrantable y una absoluta convicción en lo que dice el Salmo que se proclama este domingo en Misa: "Aunque camine por cañadas oscuras nada temo, porque Tú estás conmigo" (Sal 23, 4).
(Del libro de Alejandra Ma Sosa E ‘¿Te has encontrado con Jesús?’, Colección Fe y Vida, vol. 2, Ediciones 72, México, p.162, disponible en Amazon).