Nunca demasiado tarde
Alejandra María Sosa Elízaga*
Ya es demasiado tarde.
¿Alguna vez has dicho esta desconsoladora frase con relación a Dios?
Ya es demasiado tarde para volverme hacia Él; ya es demasiado tarde para enderezar el rumbo; ya es demasiado tarde para que me ayude. No tengo remedio, no puedo cambiar, me rindo, me doy.
Son palabras que abren la puerta al desánimo, a la desesperanza; a resignarnos a terminar mal una obra que hubiera podido tener final feliz y de la cual somos protagonistas.
Según San Francisco de Sales lo que más daño hace al alma, aparte del pecado, es el desánimo porque deprime, invita a dejar de luchar y a dejarse envolver por una desoladora neblina que impide que la persona perciba que Dios está a su lado tendiéndole la mano.
Lo bueno es que tenemos un poderoso antídoto contra esto en el Evangelio que se proclama este domingo en Misa (ver Mt 20, 1-6).
Jesús nos cuenta el caso de unos trabajadores que fueron llamados por un hombre a laborar en su viña. Algunos fueron contratados al amanecer, otros a media mañana, otros a mediodía, otros a media tarde y otros al atardecer, pero al final de la jornada todos recibieron la misma paga.
Ello despertó reacciones opuestas en quienes llegaron al principio y quienes llegaron al final.
Reflexionemos primero sobre los últimos. Dice Jesús que cuando su empleador les preguntó a éstos por qué todavía estaban sin trabajar, dijeron: “porque nadie nos ha contratado”. Consideremos esto: Solemos asumir que estaban desempleados sin culpa de su parte, pero quizá no era así, quizá tenían cierta culpa. Tal vez llegaron tarde porque se fueron de 'parranda' la noche anterior; tal vez hicieron tan mal su último trabajo que adquirieron mala fama y por eso nadie les ofreció chamba. En otras palabras, quizá su situación era producto de sus errores, ellos mismos 'se la buscaron', y, de ser así, quizá sentían, como muchos de los demoralizados de hoy en día, que ya ni modo, que ya era 'demasiado tarde' para ellos, que no podían esperar algo bueno, y estaban en la plaza no buscando empleo sino rumiando su desaliento.
¡Ah!, pero he aquí que vino a su encuentro alguien al que no le importaban los antecedentes fallidos que ellos tenían, alguien que no vio sólo sus miserias sino su necesidad de misericordia y por eso los invitó a trabajar para él.
¿Puedes imaginar la cara que pusieron cuando tras de creer que todo estaba perdido descubrieron que no era así? Podemos verlos incorporándose lentamente, pasando de estar encorvados y abatidos a caminar erguidos y presurosos, cambiada su perspectiva, recuperada la dignidad y la sonrisa. Podemos visualizar su cara de felicidad, la misma cara que ponen todos los que se sentían irremediables y de repente descubren que para Dios sí tienen remedio.
Dice el Señor en la Primera Lectura: “Mis pensamientos no son vuestros pensamientos, vuestros caminos no son Mis caminos” (Is 55,8). Mientras nosotros pensamos 'ya es demasiado tarde', Dios mantiene Su puerta siempre abierta, y si aceptamos Su invitación hallaremos la luz al final del túnel.
Nuestro desaliento nunca viene de Dios, la ayuda y la esperanza sí. Y no sólo para nosotros sino también para los demás.
Cabe ahora comentar la reacción de los que fueron contratados al amanecer. Se indignaron al descubrir que no recibieron pago extra por haber trabajado más.
A primera vista parecería que tenían razón, pero la realidad es que el Reino de los Cielos no es una empresa que premia con un buen pago un trabajo desagradable. Trabajar para el Reino es en sí un premio, un privilegio. Es el ocio lo que resulta lamentable.
Quienes comenzaron temprano debían sentirse agradecidos de no haber pasado, como los que llegaron tarde, tanto tiempo sin poner sus dones al servicio del bien, sin experimentar el verdadero gozo, la verdadera satisfacción de laborar para Aquel que a Sus servidores les llena el alma de paz, de luz, de consuelo, de alegría.
El dueño de la viña pagó a los últimos lo mismo que a los primeros porque se compadeció de ellos que sin duda no se la pasaron bien sin trabajar, sin ejercer la bella y satisfactoria vocación a la que estaban llamados.
Como siempre, los criterios del mundo están al revés de los de Dios. Estos trabajadores no recibieron lo supuestamente 'justo' recibieron ¡infinitamente más!: lo auténticamente misericordioso, la única paga que saber dar este Empleador que a nadie regaña por llegar retrasado y que no se cansa de venir a buscarnos, dondequiera que estemos, para llamarnos a laborar en Su viña y hacernos saber que estamos a tiempo, todavía.
(Del libro de Alejandra Ma. Sosa E. “Caminar sobre las aguas”, Colección ‘La Palabra ilumina tu vida’, ciclo A, Ediciones 72, México, p. 149)