y los envió por delante...
a todas las ciudades y sitios a donde ÉL había de ir...'
(Lc 10,1)

La Secuencia de Pentecostés: revelación y oración

Alejandra María Sosa Elízaga*

La Secuencia de Pentecostés: revelación y oración

Son 10 versos que se proclaman este domingo, después de la Segunda Lectura en la Misa de la Solemnidad de Pentecostés, pero que sean poéticos no significa que sólo sirvan para dar un gozo estético. Nos revelan verdades fundamentales sobre el Espíritu Santo y son un medio eficaz para encomendarnos a Él.

Ven, Dios Espíritu Santo,

y envíanos desde el Cielo Tu luz,

para iluminarnos.

De entrada nos deja claro que el Espíritu Santo es Dios, no una ‘energía’ ni una ‘buena vibra’. Es la Tercera Persona de la Santísima Trinidad, está en el Cielo, con Dios Padre y con Jesús. Ahora, que debido a la pandemia estamos sumidos en la tiniebla del dolor, del temor y la desesperanza, le pedimos Su luz.

Ven ya, Padre de los pobres,

Luz que penetra en las almas,

Dador de todos los dones.

Quienes padecen la pobreza, empeorada por la cuarentena, pueden tener la certeza de que cuentan Él, que, como un Padre, va a procurarlos y sostenerlos. Su luz alumbra hasta lo más hondo nuestra alma, nos conoce y nos da todos los dones y carismas que necesitamos.

Fuente de todo consuelo,

amable Huésped del alma,

paz en las horas de duelo.

A quienes están en duelo por seres queridos fallecidos, empleos perdidos, o porque ya nada será como antes, este Huésped amoroso, que habita en su alma desde su Bautismo, está siempre dispuesto a consolarles y colmarles de paz.

Eres pausa en el trabajo;

brisa, en un clima de fuego;

consuelo en medio del llanto.

Vienen a la mente quienes están agotados por laborar casi sin descanso en favor de los demás;, Él renueva sus fuerzas. Quienes padecen altas temperaturas, sea por lo que tienen que ponerse para protegerse o por la fiebre; Él los refresca. Quienes lloran de tristeza, de miedo, de impotencia; Él los abraza. Es Él quien a todos anima, a cada instante, a seguir adelante.

Ven, Luz santificadora,

y entra hasta el fondo del alma

de todos los que te adoran.

Pedimos nos ilumine para ver claramente cómo aprovechar lo que estamos padeciendo, para santificarnos: crecer en caridad, paciencia, humildad, compasión, solidaridad...

Sin Tu inspiración divina

los hombres nada podemos

y el pecado nos domina.

Reconocemos que lo necesitamos para no sucumbir a la tentación. El confinamiento ha provocado aumento de violencia, delincuencia, adicciones, suicidios. Sólo Él puede rescatarnos, porque es quien nos da la Vida y quien nos guía a la Verdad.

Lava nuestras inmundicias,

fecunda nuestros desiertos

y cura nuestras heridas.

Por fuera nosotros lavamos y desinfectamos. Por dentro, pidámosle nos lave y libre del contagioso pecado. Que nos ayude a dar fruto aun donde creemos que nada puede brotar en nuestra alma desierta de amor, de perdón, de paz. Qué nos sane y nos haga criaturas nuevas, siempre dispuestas a volver a empezar.

Doblega nuestra soberbia,

calienta nuestra frialdad,

endereza nuestras sendas.

Que no nos deje creernos autosuficientes, ni ser indiferentes a las necesidades de los demás ni seguir sendas que nos alejen de Él.

Concede a aquellos que ponen

en Ti su fe y su confianza,

Tus siete sagrados dones.

Sólo si nos fiamos de Él aprovecharemos lo que nos da: sabiduría, para cumplir Su voluntad; entendimiento, para captar qué nos dice Su Palabra; ciencia, para saber discernir; consejo, para conducirnos y guiar a otros con criterio católico;  fortaleza, para soportar con paciencia la adversidad, mantenernos firmes en el camino del bien y no ser vencidos por la tentación; piedad, para amar lo que es de Dios, que no recibir los Sacramentos no nos haga olvidarlos, sino anhelarlos más; y temor de Dios, que no es miedo, sino tal amor a Dios que jamás queramos ofenderlo o perder Su amistad.

Danos virtudes y méritos,

danos una buena muerte

y contigo el gozo eterno.

Le pedimos nos dé lo que requerimos para vivir cristianamente y dar los frutos que menciona san Pablo en Gal 5,22. Y para no olvidar que esta vida es pasajera y que la muerte no es final sino umbral, le pedimos nos libre de morir en pecado mortal, para poder irnos con Él a gozar de la Patria Celestial.

Publicado el domingo 31 de mayo de 2020 en la edición digital de 'Desde la Fe', Semanario de la Arquidiócesis de México, y en las pags web y de facebook de Ediciones 72