y los envió por delante...
a todas las ciudades y sitios a donde ÉL había de ir...'
(Lc 10,1)

Felipe

Alejandra María Sosa Elízaga**

Felipe

Publicado en "Desde la Fe", Semanario de la Arquidiócesis de México, 
Dom 5 feb 12, año XVI, n. 780, p. 6

 

“Yo no vengo contigo”, “yo ni te conozco”, “tú por tu lado y yo por el mío”, son frases que suele decir la gente a alguien con quien sí vienen y a quien sí conocen pero de quien por alguna razón quieren desentenderse, a veces por los motivos más triviales, como que está mal vestido o haciendo algo ridículo, y a veces por razones de peso como el temor a verse comprometida en algo riesgoso.


Es muy común eso de “pintar la raya” para salvar el propio prestigio o aún el pellejo.

Y suele darse más entre jóvenes, que son los que más fácilmente se avergüenzan de ser vistos en compañía de alguien que creen que puede hacerlos quedar mal.

Por eso es de llamar la atención la actitud de Felipe de las Casas, un chavo mexicano de 24 años que vivía en Manila, Filipinas, preparándose a ser sacerdote franciscano.

Sus superiores le permitieron venir a ordenarse a México, rodeado de su familia y amigos, a quienes hacía años no veía.

Muy ilusionado vino en barco, junto con algunos compañeros, pero nunca llegó.

Un tifón los hizo naufragar y llegar a Japón, donde los cristianos eran perseguidos.

Los jesuitas y franciscanos que misionaban allí acababan de ser condenados a muerte. Felipe, que llegó por casualidad y no para quedarse, no estaba incluido.

Hubiera podido decir: “no vengo con ellos”, “ni los conozco”, “estoy de paso”, para salvar su vida y regresar a su país a ordenarse, volver a abrazar a su mamá y a su gente y ejercer aquí su vocación sacerdotal, razones muy válidas para librarse de la muerte, pero no lo hizo.

Aceptó libremente morir.

Como a los otros, lo torturaron, crucificaron y le clavaron unas flechas en el pecho.

Murió alabando a Jesús, un 5 de febrero de 1597.

Y como sus compañeros fue canonizado.

Es el primer santo mexicano, san Felipe de Jesús, patrono de la ciudad de México y su Arzobispado. 

En estos tiempos en que muchos se sienten tentados a decirle a Cristo: “no vengo contigo”, “yo ni te conozco”, y desentenderse de su fe para salvarse de ser criticados o aún perseguidos, pidámosle a este joven santo, que ruegue por nosotros para que, como él, tengamos valor de ser testigos de Aquel que prometió: “quien pierda su vida por Mí, la encontrará” (Mt 16, 25).

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