y los envió por delante...
a todas las ciudades y sitios a donde ÉL había de ir...'
(Lc 10,1)

Pretender y creer

Alejandra María Sosa Elízaga*

Pretender y creer

‘Vive como si Dios existiera’.

Un gran consejo que el Papa Benedicto XVI propuso alguna vez para quien no tiene fe.

¿Qué significa vivir como si Dios existiera?

Desde luego no simplemente conformarse con admitir Su existencia sólo a nivel intelectual, sin que ello afecte en lo más mínimo la propia conducta, sino vivir como viven los verdaderos creyentes: buscando amoldar su voluntad a la de Dios, buscando espacios para encontrarse con Él en la oración, en los Sacramentos, en la comunidad, en la cotidianeidad.

Quien hace eso, se ve grandemente beneficiado.

Comienza a llenarse de la alegría y la paz que sólo Dios puede dar.

Claro, es lógico que la criatura se realiza plenamente sólo cuando obedece a su Creador. Quien hace lo que Dios manda, quien vive una vida recta, perdona, consuela, ayuda, queda con una gozosa serenidad que no se compara con lo que ofrece el mundo: efímera felicidad.

Y, lo mejor de todo, es que poco a poco comienza a descubrir que en realidad Dios existe. 

Se vuelve sensible a las maneras sutiles pero innegables como Él le va manifestando Su presencia. 

Y siente el alivio, el consuelo de no tener que vivir en soledad, cargando solo el peso de sus problemas, sino que tiene a Quien recurrir para recibir ánimo y fortaleza, y sus alegrías, sus sufrimientos, su vida misma adquiere un nuevo sentido, una trascendencia que está más allá de los límites de lo meramente humano.

En cambio, cuando una persona vive como si Dios no existiera, es decir, se comporta de manera contraria a como sabe o supone que Dios querría que se comportara, no es realmente feliz. 

Claro, es que Dios le creó con un hueco en el alma que sólo Él puede llenar, y si pretende llenar ese vacío, con cosas, con dinero, poder, drogas, alcohol, posesiones materiales, etc. queda siempre defraudada, siempre vacíá, insatisfecha. 

Como se empeña en mantenerse ciega y sorda a los medios que Dios emplea para hacerse el ‘encontradizo’ en su vida, se priva de ese encuentro vital, y del consuelo de ser colmada por Su amor eterno e incondicional.

El filósofo francés católico Pascal planteaba que es mejor apostar a la existencia, que a la no existencia de Dios. Considera esto:

Si mueres creyendo en Dios, y no existe, no pierdes nada.

Si mueres creyendo en Él y existe, lo ganas todo.

Si mueres no creyendo en Dios y no existe, no pierdes nada.

Pero si mueres no creyendo en Él, y existe, lo pierdes todo y para siempre.

Hay muchos creyentes que niegan serlo, y muchos no creyentes que no quieren vivir como si Dios existiera, porque no están dispuestos a renunciar a ciertos pecados que se les han vuelto hábitos a los que se han acostumbrado.

Creen que aceptar la existencia de Dios les quitaría libertad o les impediría disfrutar de la vida. Tarde comprenderán que era todo lo contrario.

El pecado esclaviza; el mal distorsiona la vista; no camina con libertad quien vive en tinieblas, y quien da la espalda a la luz camina sobre su propia sombra.

Sólo quien se deja iluminar por la luz de Dios, puede ver y disfrutar el camino, y llegar, sin desviarse, a su destino.

Publicado en 'Desde la Fe', Semanario de la Arquidiócesis de México, domingo 10 de julio de 2016, p. 2