y los envió por delante...
a todas las ciudades y sitios a donde ÉL había de ir...'
(Lc 10,1)

Cuaresma en el Jubileo de la Misericordia

Alejandra María Sosa Elízaga*

Cuaresma en el Jubileo de la Misericordia

El Papa nos ha dicho que está alegre, que está feliz.

Pero más bien podemos decir que él es alegre, que es feliz.

¿A qué se debe su alegría y felicidad?

Primero, a que abrió su corazón a Dios. Es un enamorado de Dios que se dejó inundar el alma por el amor divino y se mantiene en comunicación permanente con Él. Celebra diario la Eucaristía y dedica largos ratos a la oración.

Ello le ha permitido experimentar la presencia divina, Su paternal cercanía, Su ternura, Su misericordia, y gozarse en la certeza de que no importa qué suceda, Dios lo ama y lo acompaña.

Segundo, que no conforma con sentirse amado, sino busca compartir ese amor, hacer que todos se sientan amados por Dios. Y, consciente, como es, de ser como todos, pecador, ama a todos, y los hace sentirse aceptados, acogidos, abrazados.

La razón de su alegría y felicidad, es saberse amado y amar.

Y quiere que experimentemos lo mismo que él. Por eso convocó al Año Santo, cuyo lema: “Misericordiosos como el Padre” (Mt 9,13), contiene dos hermosas invitaciones:

La primera, a captar que Dios es misericordioso, nos ama sin que lo merezcamos, y cuando pecamos está siempre dispuesto a perdonarnos.

Y la segunda, a ser misericordiosos, a amar como el Padre nos ama, y expresar concretamente ese amor en obras corporales y espirituales de misericordia.

Comenzamos la Cuaresma, tiempo que muchos consideran un período sombrío de penitencias y privaciones, que no tiene por qué ser así, si hacemos caso del mensaje que nos dio el Papa (puedes leerlo en bit.ly/23rbAFc).

Ello no significa que no debamos de respetar el ayuno y la abstinencia, que nos ayudan a tener dominio propio, y nos fortalecen la voluntad para resistir las tentaciones, sino que no nos conformemos con sacrificios y privaciones, sino aprovechemos cada oportunidad para practicar obras de misericordia, para vivir con caridad.

Y por ejemplo, ‘dar de comer al hambriento’, podría ser compartir con alguna familia necesitada nuestros alimentos.

‘Dar de beber al sediento’, permitir que quien no tiene agua, pueda llenar sus cubetas de nuestra llave.

‘Vestir al desnudo’, no sólo dar la ropa usada, sino nueva.

‘Hospedar al peregrino’, podría ser acoger a algún pariente o amigo que está de paso o se ha quedado sin casa.

‘Visitar a los presos’ y ‘visitar a los enfermos’, podría consistir también en ejercer lo que el Papa llama el ‘apostolado de la oreja’: prestar oído atento a quien necesita ser escuchado.

‘Enterrar a los muertos’, no ‘espolvorear’ sus cenizas, sino darles cristiana sepultura, y acompañar (y no por celuar) a los deudos.

‘Enseñar al que no sabe’, ‘dar buen consejo al que lo necesita’ y ‘corregir al que se equivoca’, implica enseñarle, aconsejarle y corregirle con verdadera caridad fraterna.

‘Sufrir con paciencia los defectos del prójimo’ y ‘perdonar al que nos ofende’, no sólo le hace bien al ‘soportado’ o perdonado, sino a nosotros, liberándonos de la impaciencia y el rencor.

‘Consolar al triste’ es ayudarle a encontrar consuelo en Dios.

Y ‘rezar a Dios por vivos y difuntos’ es hacerles el grandísimo bien de ponerlos en las manos amorosas del Padre.

En esta Cuaresma dentro del Año Santo, no pongamos el acento en hacerle al fakir con sacrificios que dizque harán sentir a Dios orgulloso de nosotros, y que más bien nos llenan de soberbia a nosotros, sino volvamos la mirada hacia Dios, para ser, como pide el Papa, ‘Misericordiosos como el Padre’, y vivamos, como el Papa Francisco, la verdadera alegría, la incomparable felicidad, que surge de dejarnos amar por el Señor y de comunicar Su amor.

Publicado en ‘Desde la Fe’, Semanario de la Arquidiócesis de México, dom 14 feb 16, p.2