y los envió por delante...
a todas las ciudades y sitios a donde ÉL había de ir...'
(Lc 10,1)

La luz de Francisco

Alejandra María Sosa Elízaga**

La luz de Francisco

Fallaron los pronósticos.

Fallaron los pronósticos de analistas que predijeron que Estados Unidos recibiría al Papa con total desinterés porque no era popular en un país que no comparte su defensa de la familia y del medio ambiente.

Los norteamericanos abarrotaron los eventos del Papa y miles y miles de personas, con entusiasmo y alegría sin precedentes, saturaron las calles, tan sólo para verlo pasar.

Fallaron los pronósticos que anunciaban que manifestaciones de opositores a la Iglesia impedirían que la visita papal transcurriera en paz.

No aparecieron por ningún lado. Quiero pensar que los conquistó la calidez de Francisco, aunque lo más probable es que entendieron que su protesta no hallaría simpatizantes, y decidieron que calladitos se verían más bonitos.

Fallaron los pronósticos que temían un atentado contra el Papa.

Por encima del impactante despliegue de seguridad, el que cuidó a Francisco fue Dios. Ya lo dice el salmista: “si el Señor no guarda la ciudad, en vano se cansan los centinelas” (Sal 127,1).

Y fallaron los pronósticos que, lo confieso, hice yo, pensando que, como en otras visitas papales, los noticieros aprovecharían la ocasión para invitar a sus acostumbrados ‘asesores’ anticatólicos, para destilar amargura y veneno y no dejar pasar la oportunidad de echarle tierra a la Iglesia.

El ramalazo nunca llegó.

Me sorprendió gratamente constatar que cadenas norteamericanas de noticias dieron ¡cobertura continua! a la visita, y tanto conductores como reporteros expresaron abiertamente su admiración por el Papa, y la fascinación de la gente.

¿Que pasó aquí?

No sólo que el Papa Francisco sea el personaje más conocido y popular del planeta.

En ciudades que diario conviven con celebridades del mundo político, artístico y deportivo, un famoso más, no haría ninguna diferencia.

Entonces, ¿qué sucedió?

Como siempre, la Palabra de Dios tiene la respuesta.

En la Misa en el Madison Square Garden, se proclamó este texto, que lo explica todo: “El pueblo que caminaba en tinieblas, ha visto una gran luz” (Is 9,1).

La gente a la que entrevistaban en las calles y en los eventos, creyentes y no creyentes, coincidía en afirmar: ‘el Papa irradia luz’.

Qué interesante que habitantes de ciudades perennemente alumbradas por la luz de anuncios y pantallas, pequeñas y grandes, supieron percibir que estaban siendo iluminados por otra clase de luz.

Es verdad que el Papa resplandece, pero, hay que decirlo, no con luz propia. El Papa es portador de la luz de Dios.

En su mirada buena brilla la bondad divina; en su abrazo, nos sentimos acogidos por el Padre; en su humildad y cercanía, captamos la cercanía de Aquel que nos amó tanto, que se humilló haciéndose hombre; en sus palabras habla el Espíritu Santo.

El Papa vino a irradiar la luz de Dios para iluminar los rostros y alentarnos a mirar a los otros como hermanos; vino a iluminar los rincones a donde descartamos a los más frágiles y olvidados, e invitarnos a reintegrarlos; vino a iluminar la suciedad de nuestra casa, que es la casa de todos, para exhortarnos a limpiarla; vino a iluminar las tinieblas donde guardamos el egoísmo, el individualismo, el odio, la violencia, y alentarnos a deshacernos de todo eso, y abrirnos al amor, a la fe, a la esperanza.

Quiera Dios que la visita de Francisco no haya sido como un relámpago, una pausa muy luminosa en una existencia que continúa a oscuras, y que cuantos lo recibieron no queden atorados en la ‘papamanía’, en calidad de ‘fans’, sino que mantengan encendida en sus corazones la luz que él vino a traer, la de Aquel que dijo: “Yo soy la Luz del mundo; el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8, 12).

Publicado en ‘Desde la Fe’, Semanario de la Arquidiócesis de México, dom 4 oct 2015, p. 2