y los envió por delante...
a todas las ciudades y sitios a donde ÉL había de ir...'
(Lc 10,1)

El consuelo de la Dolorosa

Alejandra María Sosa Elízaga**

El consuelo de la Dolorosa

Suelen representarla vestida de negro y llorosa. 

Se la conoce como la ‘Dolorosa’ o ‘Virgen de los Dolores’; advocación mariana que cada quince de septiembre se venera meditando siete dolores que padeció María a lo largo de su vida (ver: bit.ly/1nRWkdj).

Es una bella devoción, pero cabría pensar que María no sólo sufrió siete dolores.

Muchas cosas deben haberla hecho sufrir; si las desconocemos es porque las sufrió interiormente, sin lutos ni lágrimas, ofreciéndoselas a Dios calladamente.

Reflexionando en lo que pudo causarle dolor a María, descubrimos que eso mismo nos hace sufrir a nosotros, y que como Ella lo sufrió, nos comprende cuando lo sufrimos.

Por ejemplo, consideremos lo siguiente:

Probablemente le dolió no poder compartir con todos la sensacional noticia de haber engendrado al Salvador, no poder consolar a otros con esa buena nueva. Nos comprende cuando nos duele tener que callar algo muy bueno, porque sabemos no sería comprendido ni bien recibido.

Tal vez le dolió que por estar embarazada estando apenas desposada, pudiera haber incomprensiones, murmuraciones. Nos comprende si otros piensan mal de nosotros.

Posiblemente le dolió emprender un viaje largo y fatigoso con nueve meses de embarazo. Nos comprende cuando debemos sobreponernos a circunstancias muy difíciles y seguir adelante.

Quizá le dolió que estando a punto de dar a luz, no hubiera lugar para ellos en la posada. Nos comprende si somos rechazados, discriminados, injustamente tratados.

Tal vez le dolió tener a su bebé lejos de sus seres amados y de lo que había preparado. Nos comprende cuando debemos renunciar a planes largamente acariciados.

Le dolió que le anunciaran que a su alma un día una espada la atravesaría. Nos comprende si recibimos una mala noticia que en adelante ensombrece nuestra alegría.

Le dolió tener que huir a un país extranjero. Comprende a los refugiados, a los migrantes, a los perseguidos por causa de su credo.

Le dolió descubrir, cuando Jesús tenía doce años, que lo habían perdido. Comprende a quien tiene seres queridos secuestrados, alejados, desaparecidos.

Le ha de haber dolido cuando Jesús se despidió y se fue a predicar la Buena Nueva. Nos comprende cuando vemos marcharse lejos a nuestros seres queridos.

Le dolió oír lo que decían de Jesús. Nos comprende si somos criticados, difamados.

Le dolió que Jesús haya sido traicionado, aprehendido, abandonado, negado, abofeteado, escupido, salvajemente flagelado; verlo cargar descalzo Su cruz por el Calvario; verlo caer, sin poderlo sostener; que lo despojaron de sus vestiduras, y sortearon Su túnica. Le dolió verlo clavado. Comprende a los torturados, a las víctimas de toda clase y condición, y a quienes esperan contra toda esperanza, al pie de una cruz.

Le dolió escucharlo clamar, sintiéndose abandonado por Su Padre, y que para Su sed le dieran vinagre. Comprende a los que en su sufrimiento no encuentran sostén ni aliento.

Le dolió verlo morir; la traspasó el alma la lanza que a Él le atravesó el corazón y le dolió recibir su cuerpo muerto, dejarlo en el sepulcro, cerrar y tenerse que marchar.

Comprende a quienes contemplan impotentes el martirio y la muerte del ser querido.

Cuando queremos acompañar y consolar a María en su dolor, descubrimos que somos nosotros los que quedamos consolados por su amor, su comprensión, su solidaridad, y su maternal intercesión.

Publicado en ‘Desde la Fe’, Semanario de la Arquidiócesis de México, domingo 13 de septiembre de 2015, p. 2