y los envió por delante...
a todas las ciudades y sitios a donde ÉL había de ir...'
(Lc 10,1)

Los nuestros

Alejandra María Sosa Elízaga**

Los nuestros

Tú eres de los míos. Tú eres de mi equipo.

Solemos decir este tipo de frases para hacerle saber a alguna persona, que nos identificamos con ella en algún aspecto, que pensamos, decimos, hacemos o dejamos de hacer algo que nos asemeja y, en cierta medida, nos une.

‘Tú eres de las mías, tengo tu misma costumbre’; ‘tú eres de mi equipo, el otro día estaba yo diciendo lo mismo que acabas de decir...’; ‘tú eres de los míos, a mi tampoco me gusta eso’...

Es curioso que no acostumbramos decir la frase al revés: ‘yo soy de los tuyos’, o ‘yo soy de tu equipo’, tal vez porque nos gusta sentir que tenemos el control, queremos tener el poder de decidir quién puede y quién no puede entrar a formar parte del grupo de ‘los míos’.

Y si te enteras de que alguien se considera de tu ‘equipo’ sin que lo hayas invitado, probablemente te apresurarías a desmentirlo, a dejar claro que a pesar de lo que dice, no es de ‘los tuyos’.

Viene a la mente lo que narra la Primera Lectura que se proclama en Misa este domingo (ver Num 11, 25-29).

Para ayudar a Moisés a atender al pueblo, Dios le dio su espíritu a setenta ancianos, para que pudieran profetizar. A dos de ellos que se habían quedado en el campamento, se los envió también, pero al enterarse Josué, ayudante de Moisés, de que esos dos también estaban profetizando, le pidió a Moisés: “¡prohíbeselos!”.

Evidentemente sentía que como no habían estado con Moisés al momento de recibir su don, no tenían derecho a ejercerlo.

Algo parecido sucedió en la escena del Evangelio dominical (Mc 9, 38-43.45.47-48).

Juan, uno de los Doce, le dice a Jesús “Hemos visto a uno que expulsaba a los demonios en Tu nombre, y como no es de los nuestros, se lo prohibimos” (Mc 9,38).

Tanto Josué como Juan pensaron que podían decidir quiénes formaban o no parte del grupo, pero la réplica que recibieron les hizo ver que la decisión no era suya sino de Dios. Y Él tiene toda la libertad de invitar a quien quiere, conceder sus dones a quien quiere. Lo hizo entonces y lo sigue haciendo ahora.

Consideremos que la palabra ‘iglesia’ significa ‘asamblea convocada por Dios’, es decir, que es Él el que convoca, el que invita, el que tiene el control, el que decide quién es de los Suyos.

A nosotros no nos toca discriminar a nadie, impedir a nadie que se acerque a Él y mucho menos prohibir que hagan el bien en Su nombre.

A nosotros lo que nos toca es invitar, acoger, procurar ampliar y ampliar todo lo que sea posible el círculo de ‘los nuestros’, porque todos caben en el amor, en el infinito abrazo del Señor.

* Lee su otra reflexión dominical, conoce sus libros y cursos de Biblia gratuitos, y su juego de mesa "Cambalacho" en www.ediciones72.com