y los envió por delante...
a todas las ciudades y sitios a donde ÉL había de ir...'
(Lc 10,1)

De quien menos lo esperas...

Alejandra María Sosa Elízaga**

De quien menos lo esperas...

A ti ¿quién te habla de parte de Dios?, ¿quién te hace saber lo que Dios quiere de ti?

Y no me refiero a que te hablen de Dios, sino de parte de Dios, que no es lo mismo.

Ante esta pregunta quizá algunos despistados respondan que nadie ha ido a hablarles así, de parte de Dios, y mucha gente probablemente conteste que le hablan de parte de Dios los sacerdotes cuando predican en Misa o cuando confiesan (pues así como perdonan pecados en nombre de Dios, también aconsejan en nombre de Dios); en esto no les falta razón, pero el asunto no se limita a los ministros consagrados.

Dios es infinitamente imaginativo y emplea las más diversas estrategias para hacernos saber lo que opina, para arrojar luz sobre algún asunto, para exhortarnos a corregir un rumbo, y uno de los medios que más suele usar es el de enviarnos recaditos a través de alguna persona (conocida o desconocida).

El problema es que a vece elige ¡cada recadero! que nos cuesta trabajo creer que venga de Su parte...

Tenemos un ejemplo de ello en lo que relata la Primera Lectura que se proclama en Misa este domingo (ver Am 7, 12-15).

El profeta Amós fue enviado a hacerle al rey unas advertencias de parte de Dios, pero no fue bien recibido. El sacerdote del lugar le pidió que se fuera a ganar el pan profetizando en otro lado.

Le aclaró Amós que él ni era profeta ni hijo de profetas, sino simplemente pastor y cultivador de higos, pero antes de que esa información pudiera provocar que el otro le dijera: "¿entonces con qué autoridad vienes a hablar aquí que es, nada menos, santuario del rey y templo del reino?”, se apresuró a añadir que venía de parte de Dios. Afirmó: “el Señor me sacó de junto al rebaño y me dijo: “Ve y profetiza a Mi pueblo...” (Am 7, 15).

Como quien dice, su “currículum” podría mucho que desear, pero, y se trata de un gran pero, no estaba allí por su propios méritos o iniciativa, sino porque Dios lo había enviado, lo cual daba absoluta validez a su presencia y a cuanto había venido a profetizar.

Esta escena es más común de lo que podemos imaginar, sucede continuamente en nuestra vida. Dios nos envía a un moderno “Amós” y lo primero que se nos ocurre es descalificarlo. Pensamos: “éste no es nadie para decirme a mí lo que tengo que hacer”; “¿con qué derecho me señala esto?”, y si tenemos la oportunidad le decimos: “vete a aconsejar a otro”.

No nos cabe en la cabeza que pueda ser un emisario de Dios y por prejuicios tal vez nos cerramos a un mensaje divino.

Es absurdo pensar que Dios sólo puede hablarnos a través de determinadas personas. Él es muy capaz de enviarnos los emisarios más inesperados si considera que pueden hacernos reaccionar.

Un chofer platicaba que antes era muy impaciente y un día casi atropella a un niño, y la mirada que le dirigió una viejita que venía abordo lo sacudió y le sirvió más que ningún consejo, para empezar a enmendarse.

Otra persona decía que un comentario casual que le hizo un obrero que reparó algo en su casa, le hizo darse cuenta de que le urgía corregir cierto defecto de carácter.

De quien menos esperas, cuando menos esperas, puede surgir una voz, una palabra, una observación, una crítica incluso, que, si la sabes recibir, puede cambiar tu vida para bien.

Y suele ocurrir que al mirar hacia atrás te das cuenta de que no pudo ser casualidad que sucediera aquello en ese preciso momento, que fue tan oportuno, tan certero, que seguro vino de parte de Dios.

Conviene pues no descalificar a nadie de antemano, no le hace que parezca que no tiene suficiente conocimiento o autoridad para darnos un consejo, una opinión; puede ser como aquel pastor cultivador de higos, un enviado de Dios, y hay que ponerle atención

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