y los envió por delante...
a todas las ciudades y sitios a donde ÉL había de ir...'
(Lc 10,1)

Lo he visto

Alejandra María Sosa Elízaga**

Lo he visto

Lo he visto, levantarse en seguida, renunciando a su merecido descanso y a su bocadito caliente, y salir a atender a alguien que lo requería urgentemente.

Lo he visto, llegar de madrugada a un hospital, para darle a un moribundo auxilio espiritual.

Lo he visto saludar y charlar con todos tras la Misa dominical, pero comer en soledad, porque a nadie se le ocurrió acogerlo en su comida familiar.

Lo he visto recorrer con la mirada la iglesia, su gente, su casa parroquial, como queriendo llevársela grabada, porque le asignaron un nuevo lugar.

Lo he visto aceptar con paz cada cambio de parroquia, que para él implica cambiar de casa, de trabajo, de rumbo, de comunidad, y volver y volver a empezar.

Lo he visto llegar con entusiasmo a su nuevo lugar y ser recibido fríamente porque la gente se había encariñado con el padre anterior y no querían darle una oportunidad.

Lo he visto lograr atender caritativamente a personas difíciles, imprudentes, agresivas, impacientes.

Lo he visto dar, desde la entrada del templo, la más gozosa bienvenida a papás y padrinos de niños que se van a bautizar, y hacerlos sentir miembros de la familia de Dios, acogidos y queridos.

Lo he visto pasar horas confesando, escuchando con la misma atención y buena voluntad al soberbio y al humilde, al perfumado y al que huele mal, al que sólo fue a quitarle el tiempo y al que en verdad se necesitaba confesar, y dejarlos a todos reconfortados, aligerados, reconciliados.

Lo he visto celebrar matrimonios, aniversarios, funerales, bendecir, predicar, exhortar, ayudar a los fieles con amor a orientar sus vidas a la luz del Señor.

Lo he visto de misión, caminar horas, padecer hambre, sed, frío o calorón, todo con tal de llegar a los más necesitados de recibir la buena nueva de la salvación.

Lo he visto de rodillas, orar ante el Santísimo, dándose tiempo para cultivar su amistad con el Amigo.

Lo he visto rezar devoto su Rosario, poniendo en manos de María su vocación y a quienes se han encomendado a su oración.

Lo he visto enfermo, agotado, agobiado, no poder más y sin embargo olvidar su sufrimiento y atender el de los demás.

Lo he visto reír y sonreír pero también desmayar y llorar, cuestionarse y volverse a cuestionar, pero siempre perseverar.

¿Sabes cómo se llama?

Se llama Salvador, Benedicto, Martín, José Luis, Francisco, Oscar, Eduardo, Ángel, Javier, Alfredo, Jorge, Pedro, César, Juan, Roberto, Luis, Adrián, Julián, Miguel Ángel, José, Benjamín, Abel, Antonio, Hugo, Carlos, Rodolfo y como quiera que se llame cada uno de esos sacerdotes a los que tú aprecias, y todos los otros, los conocidos y los desconocidos.

En esta semana, en que celebraremos la Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo, agradecemos a todos ellos su labor callada, extraordinaria, heroica, abnegada.

Si no hubieran dado su ‘sí’ generoso al llamado del Señor, no tendríamos quién nos celebrara la Eucaristía, ya hubiéramos muerto de inanición sin la Sagrada Comunión; y sin muchas otras bendiciones (como la paz de la Confesión o el alivio de la Unción de Enfermos), que hemos recibido gracias a que han sido fieles a su vocación.

Lo he visto, y lo has visto tú también seguramente, a ese sacerdote bueno, fiel, santo, que realiza su labor discreta y gozosamente.

Así que a ti y a mí ahora nos toca hacerle saber no sólo cuánto le agradecemos, sino que correspondemos a su entrega con nuestra amistad, comprensión, solidaridad y oración.

*Publicado en ‘Desde la Fe’, Semanario de la Arquidiócesis de México, domingo 31 de mayo de 2015, p. 2
Va desde aquí una felicitación especial para el padre Martín Muñoz, que este domingo 31 de mayo celebra 25 años de su ordenación presbiteral. Que Dios que lo llamó a ser pastor, lo siga colmando de Su gracia y de Su amor. ¡Enhorabuena!