y los envió por delante...
a todas las ciudades y sitios a donde ÉL había de ir...'
(Lc 10,1)

Diferencias

Alejandra María Sosa Elízaga**

Diferencias

Cuando yo era chica, mi papá leía un diario que publicaba una sección dedicada a los niños, en la cual venían dos dibujos de caricaturas aparentemente idénticas, y el chiste era encontrar las ocho diferencias que había entre ambas.

Me llamaba a pararme junto a él, que tenía desplegado su periódico, y me retaba: ‘a ver si las encuentras en menos de un minuto’.

El desafío me quedó gustando, y ahora tengo unos libros que en lugar de dibujitos infantiles presentan fotos de paisajes o escenas en las que hay muchos elementos entre los que hay que detectar no sólo ocho, sino hasta veinte o más diferencias, que cuesta trabajo (y ¡mucho más de un minuto!) encontrar.

Y se me ocurre que si así como podemos buscar diferencias entre dos dibujos o fotos, pudiéramos buscar diferencias en nuestra alma desde que iniciamos la Cuaresma hasta ahora, ¿qué pasaría?, ¿encontraríamos algunas?, ¿habría algunas?

Que no fueran de esas diferencias tan sutiles que hay que buscarlas con lupa (literalmente), sino de las que son tan evidentes que se captan al primer vistazo.

Por ejemplo, que lo que falte en la segunda imagen no sea una ropa vieja de la que nos deshicimos dizque donándola en caridad, sino un rencor viejo del que nos deshicimos por verdadera caridad.

Que lo que ya no salga en la segunda imagen sea cierta mala actitud que logramos cambiar, cierto pecado que confesamos y superamos, algo sabroso de lo que nos privamos y que no guardamos para después, sino que lo dimos, lo convidamos.

Y también que en la segunda imagen aparezcan cosas que no había en la primera, tal vez una Biblia desgastada por el uso, un Rosario recién rezado, una mirada compasiva, una mano tendida...

En uno de sus más recientes ‘tuits’ el Papa Francisco dijo: “La Cuaresma es el tiempo para cambiar de rumbo, para reaccionar ante el mal y la miseria”, y en su mensaje de Cuaresma comentó que hay tres clases de miseria, que estamos llamados a aliviar (es decir, no sólo a conocer, analizar o contemplar, sino a remediar): la miseria material (que sufre quien está privado de sus derechos fundamentales y de los medios indispensables para poder vivir y desarrollarse con dignidad); la miseria moral, (de quienes son esclavos del vicio y del pecado), y la miseria espiritual, (de quienes se alejan de Dios y rechazan Su amor).

El Papa no nos deja otra que preguntarnos, ¿qué hemos hecho, qué hacemos y qué haremos para desterrar de nuestras vidas y de las de los demás, esas tres miserias?

Qué bueno sería que si se tomara una imagen de cómo estaba nuestra alma el Miércoles de Ceniza y cómo estará al final de la Cuaresma, más aún, al final de nuestra vida, descubriéramos muchas diferencias (tantas que ¡no bastaría un minuto para poderlas encontrar!), y que esas diferencias fueran para bien, signo de que aprovechamos la gracia de Dios no sólo para superar nuestras miserias, sino para ayudar a otros a superarlas también.

Publicado en ‘Desde la Fe’, Semanario de la Arquidiócesis de México, domingo 6 de abril de 2014.