y los envió por delante...
a todas las ciudades y sitios a donde ÉL había de ir...'
(Lc 10,1)

Dar sin compensar

Alejandra María Sosa Elízaga**

Dar sin compensar

Somos expertos en buscar compensaciones, en el sentido de recompensa y de equilibrio.

El empleado que trabaja horas extra, espera que se las compensen pagándole más.

Los alumnos que hoy salen más tarde de la escuela, esperan que los compensen dejándolos salir más temprano mañana.

El papá que nunca ve a su hijo, lo llena de regalos en un intento inútil de compensar su ausencia.

Cuando hacemos algo por otros, solemos esperar que nos lo compensen en sonrisas, en cariño, en gratitud, en favores, en métálico...

Así vivimos y así pretendemos vivir nuestra vida de fe.

Entonces llega la Cuaresma, y dejamos de comer carne los viernes, pero lo compensamos dándonos un atracón de mariscos; donamos alguna prenda de ropa, pero porque ya está compensada (‘al fin que tengo otra’) o porque compensaremos perderla comprándonos una nueva, y así, en todo.

En lo que damos suele estar implícita la expectativa de una compensación: ¿qué saco con esto?, ¿qué gano yo?, ¿en qué me beneficio?, o bien, ¿cómo le hago para que esto no me afecte?, ¿cómo equilibro la balanza?

Y sucede que terminamos por practicar un ayuno que no nos deja con hambre, una caridad cuidadosamente controlada para que no nos quite realmente nada.

Pero llega atronador el mensaje de Cuaresma 2014 del Papa Francisco, en el que nos suelta esta frase que nos pone a temblar:

‘Desconfío de la limosna que no cuesta y no duele’

¡Zas! Se ve que al Papa no le convence nuestra costumbre de dar buscando el modo de compensar.

Él pone por ejemplo a Cristo, que “se hizo pobre, para enriquecernos con Su pobreza” (2Cor 8,9), y nos hace notar que Jesús lo dio todo por nosotros.

Así pues, la invitación para esta Cuaresma, más que dar, es dar, como Jesús, sin buscar compensación.

Y para no caer en la tentación de compensar lo que demos, demos algo que no se pueda compensar. ¿Existe algo así? ¡Sí!

Es algo que todos tenemos, ricos o pobres, jóvenes o viejos, algo que valoramos muchísimo y que cuando lo damos no tenemos manera de recuperar.

Es el tiempo.

No hay persona que diga que el tiempo le alcanza y le sobra. Todos nos quejamos de no tener suficiente y procuramos aprovecharlo al máximo.

Es más fácil que le regalemos a alguien diez pesos a que le regalemos diez minutos de nuestro preciado tiempo, porque cuando lo damos, como en las subastas, ‘se va, se va, se fue’, y no regresa y no hay modo de compensarlo una vez que se ha gastado o perdido.

Así pues, la propuesta concreta para esta Cuaresma es que en tus prácticas cuaresmales de limosna, oración y ayuno, no des lo que te sobra, des tu tiempo. Por ejemplo:

Limosna. Llama o visita a una persona sola, enferma, necesitada, quizá alguien a quien hace tiempo no ves porque vive lejos. Regálale no sólo el tiempo que pases allí, sino el que te tome ir y regresar.

Oración: Dale a Dios más tiempo del que le dedicas. Si tienes una rutina de oración, le pides a Dios por ciertas intenciones y te vas, orar un rato más, quedarte cuando crees que ya dijiste todo, te permitirá callar para escuchar, para adorar, para responder al Amigo con tu amistad.

Ayuno/abstinencia: Abstente de apresurar a los demás, de impacientarte, de dedicar el mínimo tiempo a los tuyos. Abstente de estar presente pero ausente (porque te la pasas mirando una pantalla...), dedica tiempo a de veras estar con tu familia.

Dar de ti sin buscar compensar es aprender a amar como ama Jesús, y descubrir con gozo que es verdad lo que dijo el Señor, que “hay más alegría en dar que en recibir” (Hch 20,35)

Publicado en ‘Desde la Fe’, Semanario de la Arquidiócesis de México, domingo 9 de marzo de 2014.