y los envió por delante...
a todas las ciudades y sitios a donde ÉL había de ir...'
(Lc 10,1)

Más para todos

Alejandra María Sosa Elízaga*

Más para todos

Hay situaciones que quizá te ha tocado vivir, en las que sientes que lo que tienes no alcanza para nada. Y no me refiero a dinero sino a lo que tienes en el corazón, en la mente, en la voluntad, en suma, en tu ser, en tu interior, no alcanza, no da para más, resulta a todas luces insuficiente.

Quizá se trata de que ya no tienes amor para determinada persona que te ha hecho llegar a tu límite; o ya no sabes de dónde sacar paciencia para aguantar un poco más a ese pariente insoportable, a ese compañero de trabajo, a ese miembro de la comunidad que parece dedicado a alterarte los nervios; o puede ser que no encuentras por ningún lado la capacidad de comprender y perdonar a alguien que te ha herido y decepcionado profundamente; o es posible que por más vueltas y vueltas que le das a cierto asunto no le hallas solución, no sabes cómo resolver una dificultad que te agobia; o tal vez se trata de que descubres que te faltan fuerzas para superar una adicción, un vicio, una conducta, una actitud que te daña y daña a otros.

Lo que nos narra el Evangelio que se proclama este domingo en Misa (ver Mt 14, 13-21) es una de estas situaciones aparentemente irremediables: Había miles de personas y sólo cinco panes y dos pescados para alimentarlas. La desproporción entre los incontables hambrientos y la escasísima comida era tan grande que cualquiera consideraría absurdo que se hubiera pretendido siquiera usar ésta para alimentar a aquéllos.

Desde el punto de vista meramente humano resulta no sólo absurdo, también ridículo. ¡Ah!, pero no desde el punto de vista de Dios. Para Él nada es demasiado poco (recordemos que tiene la costumbre de hacer brotar de una semilla minúscula algo que crece desmesuradamente), y para Él no existe la palabra imposible.

Nos cuenta San Mateo que Jesús "tomó los cinco panes y los dos pescados, y mirando al cielo, pronunció una bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos para que los distribuyeran a la gente. Todos comieron hasta saciarse y con los pedazos que sobraron llenaron doce canastos." (Mt 14, 19-20).

Sucedió así lo que se conoce como la multiplicación de los panes y los peces, un hecho insólito que sacudió profundamente a quienes lo presenciaron.

Muchos se preguntan: ¿qué pasó aquí?, ¿qué ocurrió? ¿Realmente Jesús hizo que se multiplicaran los panes y los peces o hay que entender esto en un sentido simbólico?

Hay quien supone que lo que aquí aconteció fue un gesto notable, pero simplemente humano, de solidaridad. Que viendo la buena voluntad con la que los acomedidos apóstoles repartían su raquítico almuerzo, muchos de los ahí presentes que llevaban escondidito su 'itacate' pensando en convidar sólo a sus allegados, a la mera hora se sintieron conmovidos y decidieron sacarlo para ponerlo a disposición de todos, y que por eso sucedió como en los convivios parroquiales de 'traje', en los que todos dicen: ‘traje esto’, y como todos llevan algo, al final queda tanto que cada uno puede llevarse un bocadito a casa.

Pero a quien esto afirma habría que preguntarle ¿por qué entonces los evangelistas dan a entender otra cosa? Hay que señalar que los cuatro mencionan este milagro y en ninguna parte dicen, como podrían haber dicho, que los ahí presentes compartieron unos con otros lo que llevaban. Nada de eso. En los cuatro Evangelios queda clarísimo que miles de personas comieron de los cinco panes y dos peces, que aquí se dio un verdadero milagro: que Jesús tomó eso que no alcanzaba para nada y lo hizo rendir extraordinariamente, como sólo Dios puede hacerlo.

Alguien podría preguntarse: ¿y qué nos importa hoy lo que sucedió entonces? A lo que habría que responder que sí nos importa porque este asunto contiene un mensaje maravillosamente esperanzador: que cuando estés en una de esas ocasiones en las que sientes que no puedes más, que no logras nada, que ya no tienes de dónde sacar lo necesario para superar algo, el Señor no espera que trates de salir adelante por tus solas fuerzas (si uno de los apóstoles hubiera tenido la ocurrencia de ir por su cuenta a comprar víveres hubiera tardado horas y hubiera regresado con demasiado poco y demasiado tarde).

Lo que el Señor espera de ti es que recuerdes este Evangelio y, como los apóstoles, pongas tu nada en Sus manos, le entregues tu limitación, tu agotada capacidad, para que descubras que tu circunstancia desesperada no está desamparada, pues Él tomará lo que le entregues, lo bendecirá y lo pondrá de nuevo en tus manos multiplicado, colmado de gracia, con esa desmedida generosidad Suya que hará que los dones que te dé no sólo te alcancen sino te sobren...

Ahora bien, cabe comentar que el hecho de que la multiplicación narrada en los Evangelios sea una intervención divina, y no un mero acto de solidaridad humana, no excluye ésta. Desde luego Dios espera que compartamos con otros lo que recibimos de Su amorosa Providencia. Si te da luz, debes iluminar a otros; si renueva tu esperanza, debes comunicar ese consuelo. Imagina qué hubiera pasado si los apóstoles se hubieran atiborrado ellos solos los panes y peces: hubieran acabado empachados y la multitud hubiera desfallecido de hambre. Pero fueron pasándolos a otros y éstos a otros y así hubo para todos y aún más.

Así pues, confíale tu necesidad al Señor, y no quedarás defraudado, pero recuerda: vas a recibir multiplicado sólo cuanto estés dispuesto a compartir...

 

(Del libro de Alejandra Ma Sosa E ‘Caminar sobre las aguas’, Col. La Palabra ilumina tu vida, Ciclo A, Ediciones 72, México, p. 128, disponible en amazon).

Publicado el domingo 2 de agosto de 2020 en la pag web y de facebook de Ediciones 72