y los envió por delante...
a todas las ciudades y sitios a donde ÉL había de ir...'
(Lc 10,1)

Conservar, tirar o dar

Alejandra María Sosa Elízaga*

Conservar, tirar o dar

El otro día estaba mirando por la ventana de uno de esos edificios altos en medio de la ciudad y me di cuenta de una cosa: ¡cómo nos gusta acumular tiliches! 

Las azoteas de las casas de alrededor estaban llenas de cosas estorbosas de las que alguien no quiso desprenderse: las llantas viejas del coche; las sobritas de algún trabajo casero (un poco de arena, un poco de cemento o de yeso ya echados a perder porque les llovió), tuercas varias, alambrada de gallinero, un triciclo sin ruedas, un colchón viejo, en fin, que se nota que cuando la gente dice: '¿y ahora qué hago con esto?' se responde: '¡lo echo a la azotea!', y si no a la azotea entonces a un 'cuarto de triques' o a un closet (tan a reventar que apenas abres la puerta te cae encima el árbol de Navidad con todo y foquitos), o a formar parte de la colección familiar de cajas de cartón y bolsas de plástico de las que ya nadie sabe (ni se anima a averiguar) lo que tienen dentro.

No hay persona que al mudarse de donde vive no se pregunte en algún momento (y con cierta desesperación) cómo fue que se llenó de tantas cosas que realmente no sirven para nada.

Quién sabe por qué permitimos que se amontone lo inútil; nos cuesta desprendernos de las cosas.

Decimos: 'qué tal si lo llego a necesitar'; 'es que cuando funcionaba era muy bueno'; 'es que me lo regaló Fulanito'; 'es que me trae bonitos recuerdos'; 'lo voy a guardar por si acaso'.

Y entonces sucede: de a poquito y sin saber ni cómo provocamos el desorden en el que vivimos y del que luego ya no sabemos salir. 

Nos hace falta alguien como una señora que conocí que tenía un verdadero don para poner orden y no contenta con arreglar su propia casa se prestaba gustosa para arreglar las de otros. Llegaba, echaba un vistazo y eso bastaba para que detectara qué había que hacer para organizarlo todo (ya fuera un cuarto, un closet o un cajón). Apilaba las cosas en tres montones: lo que había que guardar, lo que había que tirar y lo que había que dar para que otros lo aprovecharan. Y era temible por implacable. Había que darle muuuy sólidas y convincentes razones para conservar algo o si no ¡adiós!, lo echaba fuera sin miramientos. Sus amigas le tenían pavor porque era inconmovible y las obligaba a deshacerse de titipuchal de chunches a los que se habían apegado, pero cuando veían qué bonito dejaba todo lo justificaban y se congratulaban de haberle pedido ayuda.

Estamos comenzando la segunda mitad del año y quizá éste es un buen momento para revisar cómo anda nuestro desorden, pero no me refiero al exterior sino al interior.

En la Primera Lectura que se proclama hoy en Misa pide San Pablo no vivir: "conforme al desorden egoísta del hombre, sino conforme al Espíritu, puesto que el Espíritu de Dios habita verdaderamente en ustedes." (Rom 8, 9).

Esto me puso a pensar: dentro de nosotros tenemos el mejor 'organizador' que existe, nada menos que ¡al Espíritu Santo! que nos ayuda a deshacernos de cualquier desorden espiritual con más eficacia que nadie pues como vive en nosotros no se deja engañar como engañamos a otros con nuestras casas aparentemente arregladas que en realidad esconden un tiradero terrible en la azotea, el closet o bajo la cama.

Él conoce lo que hay en cada rincón, pero no sólo eso: sabe qué hay que arreglar y cómo hacerlo. El asunto es permitírselo; dejarlo hurgar en lo profundo de tu alma, en aquello que has ido acumulando, dejarlo ayudarte a diferenciar lo necesario de lo estorboso y, lo mejor pero lo más difícil, darle total libertad para que te ayude a clasificar en tres montones: aquello que debes conservar, aquello de lo que definitivamente debes deshacerte y aquello que debes poner a disposición de otros.

Tómate un momento para considerar qué pondrías en cada montón y atrévete a pedirle que te eche la mano. Pregúntale qué quiere que conserves de tu modo de ser, de tu manera de vivir; qué le gusta, qué lo alegra de ti. Piensa que así como arreglas tu casa no sólo para poder vivir a gusto en ella sino para poder recibir visitas, así debes arreglar tu alma para que puedas recibir en ella al Señor y Él se sienta a gusto, disfrutando todo lo bello que ahí encuentre, sin tropezarse a cada rato con un mugrero de resentimientos, egoísmos, iras, etc. del que no hayas querido deshacerte; imagina que puedas invitar también a María, y a todos los santos, sin la pena de incomodarlos ni el temor de pasar vergüenzas porque descubran tu cochinero.

Deja que el Espíritu Santo te indique qué quiere que eches fuera (aunque te advierto que no admite pretextos: nada de: 'ay, es que este rencorcito lo tengo desde hace mucho, déjame quedármelo'; 'ay, permíteme que no me deshaga de este vicio, me lo heredó mi familia y ya me acostumbré a vivir con él'). Déjalo actuar y verás qué bien lo deja todo.

Y por último solicita su ayuda para descubrir qué debes dar a otros para que lo aprovechen: qué talentos, qué dones, qué cualidades puedes poner a disposición de los demás. Será la mejor 'venta de garage' de tu existencia, aunque lo regales todo, porque a los ojos de Dios sólo te enriquece lo que das...

Pensar en arreglar cuesta trabajo; uno decide hacerlo cuando no queda de otra o cuando cuenta con alguien que le aliviana la labor. Hoy se cumplen ambas condiciones: no te queda de otra (pues dice San Pablo que hacer del desorden nuestra regla de conducta terminará por destruirnos) y el Espíritu está pronto a apoyarte en esta interna reorganización. ¿Qué esperas? ¡Manos a la obra!  A ver...¿qué vas a poner en esos tres montones?

 

(Del libro de Alejandra Ma. Sosa E ‘¿Te has encontrado con Jesús?’, col. Fe y vida, vol. 2, Ediciones 72, México, p. 116, disponible en amazon).

Publicado el domingo 5 de julio de 2020 en las pags web y de facebook de Ediciones 72