y los envió por delante...
a todas las ciudades y sitios a donde ÉL había de ir...'
(Lc 10,1)

Consuelos

Alejandra María Sosa Elízaga*

Consuelos

¿Te ha pasado alguna vez que todas las esperanzas que tenías puestas en alguien se hicieron pedazos y ello te rompió el corazón? Algo así deben haber experimentado los discípulos de los que nos habla el Evangelio que se proclama este domingo en Misa (ver Lc 24, 13-35).

Habían dejado todo por seguir a Jesús, convencidos de que era el Salvador prometido por Dios y anunciado por los profetas. Pero entonces sucedió lo impensable: lo vieron ser aprehendido, ultrajado, escupido, flagelado, matado en una cruz y sepultado en un sepulcro.

La realidad no podía ser más negra, más desoladora. Sentían que habían perdido todo: el tiempo, la ilusión, la esperanza.

Y ahora volvían a su pueblo, a tratar de reemprender su vida donde la dejaron antes de haber conocido a Jesús. Habían salido de allí felices, animosos, volvían ahora dolidos, cabizbajos, mascullando su dolor. Seguramente se sentían muy solos, pero no lo estaban. Jesús caminaba a su lado.

Dice el Evangelio que no lo reconocieron. ¿Por qué? Suele pasar que por estar esperando que Dios se manifieste de cierta forma (por ejemplo sanando a una persona enferma), no reconocemos que está manifestándose de otra forma (por ejemplo dándonos la fortaleza y el amor para atenderla).

Ellos esperaban al mismo Jesús de antes, pero ahora Él era distinto, había resucitado; tenía Su mismo cuerpo, pero glorificado. Les preguntó: “¿De qué vienen hablando tan llenos de tristeza?

Su pregunta nos impacta porque también está dirigida a nosotros. Cuando venimos de regreso de un hospital, de una funeraria, de otra fallida entrevista de trabajo, de cualquier situación que nos ha devastado, el Señor que ha venido acompañándonos, pregunta: “¿de qué vienen hablando tan llenos de tristeza?” No es que no lo sepa, sino que quiere que se lo contemos, que platiquemos con Él. Es que suele suceder que cuando vivimos algo muy doloroso nos encerramos en nosotros mismos o nos limitamos a contárselo a alguien muy cercano, pero se nos olvida compartirlo con Aquel que ha estado siempre a nuestro lado, con Aquel que es el Único verdaderamente capaz de darnos los tres consuelos que dio a Sus discípulos. ¿Cuáles?

El primero: escucharlos. No hay mejor interlocutor que Dios que nos conoce, nos comprende, nos ama como nadie y en todo interviene para bien. ¡Qué tontos somos cuando desperdiciamos la oportunidad de desahogarnos con Él!

El segundo consuelo: Su Palabra. Dice el Evangelio que fue repasando con ellos las Escrituras, lo cual les permitió entender que en Jesús se cumplió todo lo anunciado, recuperar su fe en Él, comprender que en verdad era el Mesías esperado, captar que lo que padeció estaba considerado dentro del proyecto divino de la salvación humana y comprender el valor redentor del dolor y el sufrimiento. Queda claro no basta tener un monólogo con Dios: es necesario permitir que nos hable y nos conforte a través de Su Palabra, que siempre nos dice lo que en verdad necesitamos oír.

En este punto cuenta el Evangelio que cuando llegaron a donde se dirigían, Jesús hizo como que iba más lejos. Es que Él nunca impone Su presencia. Puedes conformarte con hablar con Él, incluso con escucharlo y hasta allí. ¡Ah!, pero si lo invitas a entrar, a quedarse contigo, hace lo más consolador que existe: ¡te permite entrar en comunión íntima con Él! Se te da en alimento para penetrar tu corazón, apuntalarlo e impedir que se te siga rompiendo o se te vuelva a romper... Ése es el tercero y mayor consuelo que existe. Los discípulos tuvieron esta experiencia extraordinaria y fue tan sanadora que aunque hacía un rato venían todos deprimidos por el camino, queriendo llegar pronto porque ya oscurecía, salieron corriendo, alborozados, a desandar el camino sin importarles que fuera de noche, pues en sus corazones había amanecido la esperanza, se había hecho la luz. No podían esperar para compartir con los demás la Buena Nueva, los infinitos consuelos con que los colmó Jesús.

 

(del libro de Alejandra Ma. Sosa E. ‘La Fiesta de Dios’, col. Lámpara para tus pasos, ciclo A, Ediciones 72, México, p. 74, disponible en amazon).

Publicado el domingo 26 de abril de 2020 en la pag web y de facebook de Ediciones 72.