y los envió por delante...
a todas las ciudades y sitios a donde ÉL había de ir...'
(Lc 10,1)

Lenguas

Alejandra María Sosa Elízaga*

Lenguas

Preguntarse por qué dice lo que dice un texto de la Biblia, y no dice otra cosa; imaginar qué podría decir y por qué no lo dice, suele ser muy revelador.

Por ejemplo, en la Primera Lectura que se proclamó en Misa este Domingo en que celebramos Pentecostés, cuando vino el Espíritu Santo prometido por Jesús (ver Hch 2, 1-11), narra que estaban “todos los discípulos reunidos” (por cierto cabe aclarar que ya eran otra vez doce. Hay por allí ilustraciones de Pentecostés que ponen sólo once, considerando que Judas ya no estaba, pero Matías ya había sido elegido antes de Pentecostés -ver Hch 1,15-26). Dice que entonces  ”se oyó un gran ruido que venía del cielo, como cuando sopla un viento fuerte, que resonó por toda la casa donde se encontraban. Entonces aparecieron lenguas de fuego, que se distribuyeron y se posaron sobre ellos; se llenaron todos del Espíritu Santo

Se nos narra el momento en que llegó el Espíritu Santo, que a pesar de lo que pudieran pensar algunos al leer lo del viento fuerte, no es un viento, ni una ‘energía’, ni siquiera era lenguas de fuego, todas esas eran manifestaciones de Su Presencia, el es Dios mismo, la Tercera Persona de la Santísima Trinidad.

Aquí es donde resulta interesante detenernos un momento y preguntarnos: si por primera vez leyéramos que el Espíritu Santo descendió sobre los Apóstoles, ¿qué pensaríamos que los había capacitado a hacer? Tal vez se nos ocurriría que los había dotado de algunos de esos ‘súper poderes’ que poseen esos personajes de las tiras cómicas y las películas, que los había hecho capaces de volar, o de hacerse invisibles, o de teletransportarse, o al menos telepatearse, después de todo estamos hablando de Dios mismo, que estaba otorgando a los Apóstoles una capacidad especial.

Pero entonces seguimos leyendo y descubrimos que los capacitó para “hablar en otros idiomas”. ¡Con razón descendió ese fuego en forma de ‘lenguas’, era ¡para concederles hablar en lenguas!’

Y tal vez nos preguntemos: ¿por qué el Espíritu Santo, pudiendo darles cualquier poder o talento que hubiera querido, eligió ése?

Porque para Dios es esencial que podamos comunicar Su Buena Nueva a los demás.

Recordemos que tenemos un Dios que se dignó hablarnos. Si no se nos hubiera revelado, no sabríamos nada de Él.

Y un Dios que habla quiere ser escuchado. No en balde el primer mandamiento empieza pidiendo: "Shemá, Israel", es decir: “Escucha, Israel”(Dt 5,1). 

También tomemos en cuenta que, pudiendo revelarse personalmente a cada ser humano que habita en el planeta, Dios quiso depender de que quienes lo conocemos, lo demos a conocer. Y no sólo a los cercanos, a los que hablan la misma lengua que nosotros, es decir, comparten nuestras costumbres, nuestra manera de vivir, etc. sino también a los lejanos, a los que no conocemos y con quienes tal vez no tenemos nada en común. Quiere que lo anunciemos a todos. 

Recordemos que la semana pasada, en la Misa dominical de la Solemnidad de la Ascensión (ver Lc 24, 46-53), escuchábamos en el Evangelio que antes de ascender al cielo, Jesús pidió a los Apóstoles que fueran a “predicar a todas las naciones” 

Por eso cuando el Espíritu Santo descendió sobre los apóstoles, lo primero que hizo por ellos fue capacitarlos para comunicarse con cualquiera, sin barreras.

Anunciaba aquí la universalidad de la salvación, que Dios quiere que todos se salven, sin excepción de raza, color, situación económica, cultural, social, geográfica, etc.

A los apóstoles, en aquel tiempo, los capacitó para poder hablar a quienes estaban en Jerusalén, venido de de todas partes del mundo: “de las maravillas de Dios en su propia lengua”. 

A nosotros hoy en día nos capacita también para ir al encuentro de los demás y saber hablarles en su propia lengua, en el sentido de ser capaces de ponernos en su lugar, comprender su situación, su punto de vista, su perspectiva de la vida, si tienen fe o la han perdido y por qué, en otras palabras, que podamos, primero saber escuchar, y luego saber hablar la lengua del amor, de la comprensión, del respeto, y anunciar a otros la Buena Noticia, no sólo de palabra, sino también con nuestra coherencia de vida.

El mismo Dios que quería que los Apóstoles perdieran el miedo y salieran a predicar y los dotó de los dones y carismas que requerían para lograrlo, también quiere que nosotros perdamos la pena, la resistencia interior, los prejuicios, la flojera, los pretextos, salgamos de nuestro cómodo encierro y compartamos nuestra fe con los hermanos.

Ya en el Bautismo y la Confirmación nos ha capacitado. 

¿Qué respuesta le hemos dado?

Publicado el domingo 9 de junio de 2019 en la pag web y de facebook de Ediciones 72