y los envió por delante...
a todas las ciudades y sitios a donde ÉL había de ir...'
(Lc 10,1)

Suicidio

Alejandra María Sosa Elízaga*

Suicidio

Me quiero morir.

Es una frase que dice mucha gente.

Hay quien la dice sólo como expresión, en algún momento embarazoso (‘me quiero morir de vergüenza’, ‘tierra trágame, qué pena, me quiero morir’).

Pero resulta en cierta medida preocupante que cada vez más gente la dice en serio, lo mismo un aficionado al futbol, cuando pierde el partido el equipo al que le va, que un ciudadano alarmado por el triunfo en las elecciones del candidato al que no le va; lo mismo una anciana que siente que ya vivió demasiado, que un adolescente que tiene la vida por delante, pero la considera insoportable por el bullying que le hacen; lo mismo una persona que está deprimida por la muerte de un ser querido, que alguien sin fe ni esperanza, para quien la vida simplemente no tiene sentido.

En un retiro se le preguntó a los asistentes: ‘si Dios te diera permiso de cometer un pecado, ¿qué pecado te gustaría cometer?’ No llamó la atención de los organizadores que la mayoría de los jóvenes eligiera pecados de orden sexual, pero sí que algunos de ellos y mucha gente de cincuenta años para arriba, dijera que elegiría suicidarse.

En días pasados, dos suicidios ocuparon las notas de los periódicos, el de Anthony Bourdain, un famoso chef viajero que tenía un exitoso programa de televisión, y el de la hermana de la reina Máxima, de Holanda; pero hay muchos más que sólo son noticia para los impactados familiares y amigos de los suicidas, para quienes conformaban su pequeño mundo. Según estadísticas de la Organización Mundial de la Salud, ¡ocurre un suicidio cada cuarenta segundos!

¿Cuál es la postura de la Iglesia respecto al suicidio?

Dice el Catecismo de la Iglesia Católica: “Cada cual es responsable de su vida delante de Dios, que se la ha dado. Él sigue siendo su soberano Dueño. Nosotros estamos obligados a recibirla con gratitud y conservarla para su honor y para salvación de nuestras almas. Somos administradores y no propietarios de la vida que Dios nos ha confiado.”  (C.E.C. #2280).

Como el suicidio atenta contra el quinto mandamiento (‘no matarás’) “es contrario al amor del Dios vivo”, es “gravemente contrario al justo amor de sí mismo” y también “ofende el amor del prójimo” (C.E.C. #2281), es considerado un pecado grave que puede conducir a la condenación eterna, a menos que “trastornos psíquicos graves, la angustia, o el temor grave de la prueba, del sufrimiento o de la tortura, pueden disminuir la responsabilidad del suicida.” (C.E.C. #2282), en otras palabras, como para cometer un pecado mortal se requiere: pleno conocimiento, pleno consentimiento y materia grave, si la persona que comete suicidio está mentalmente alterada, ello puede atenuar la gravedad de ese pecado.

¿A qué vienen todas estas disquisiciones un tanto cuanto tétricas?

A que un sitio de internet supuestamente cristiano, pero que apoya el suicidio, lo justifica con el texto que justo se proclama como Segunda Lectura en Misa este domingo (ver 2Cor 5, 6-10), en el cual san Pablo afirma: “mientras vivimos en el cuerpo, estamos desterrados, lejos del Señor”, y más adelante añade: “preferimos salir de este cuerpo para vivir con el Señor”.

Por ello, cabe aclarar. ¿Está de veras implicando el apóstol que es preferible suicidarse? ¡De ninguna manera! Los que citaron ese texto lo hicieron fuera de contexto.

Afortunadamente la Iglesia nos lo presenta completo, y podemos leer que a continuación san Pablo afirma:

Por eso procuramos agradable, en el destierro o en la patria. Porque todos tendremos que comparecer ante el tribunal de Cristo, para recibir el premio o el castigo por lo que hayamos hecho en esta vida.”

Esta segunda parte del texto nos permite sacar varias conclusiones:

1. Como el propio san Pablo lo afirma en otra de sus cartas, aunque morir para estar con Cristo es sin duda lo mejor (ver Flp 1, 21-26), a nosotros no nos toca decidir cuándo sucederá eso, y mientras ocurre, hemos de esforzarnos por cumplir Su voluntad.

2. Cuando muramos vamos a enfrentar un juicio personal con Cristo, por ello hemos de aprovechar cada instante de nuestra vida para amar, comprender, perdonar, ayudar a los demás, crecer en paciencia, en humildad, en caridad. Todo eso nos va purificando, nos va santificando, preparando para el momento del juicio podamos llegar lo más presentables que nos sea posible, habiéndonos esforzado en amar como Jesús nos lo pidió (ver Jn 15, 12; Mt  25, 31-46). 

Qué locura adelantar el momento, rechazar el don de la vida y con éste la oportunidad de crecer en santidad. Quien lo hace, elige llegar antes de tiempo a su juicio, adelantado, sin estar debidamente preparado.

3. El suicida piensa que yéndose de este mundo se acabará su sufrimiento, y podrá ‘descansar en paz’. ¡Se equivoca! Si acaso libra la condenación eterna, por la infinita misericordia de Dios que toma en cuenta las posibles atenuantes del caso, no se escapará del Purgatorio; porque ningún pecador entrará al Cielo; para alcanzarlo hay que ser santos, sea que aprovechemos la gracia de Dios en este mundo para santificarnos, o sea que tengamos que someternos al proceso de purificación del Purgatorio.

El suicidio no es un ‘vuelo sin escalas’ al cielo, no hay atajo hacia la Gloria. Como decía un querido sacerdote, nadie se puede ‘colar’ al final feliz. El sufrimiento que Dios estaba permitiendo en la vida del suicida, era para purificarlo. Si éste pretende ahorrárselo yéndose sin permiso a la otra vida, se equivoca: allí se lo topará, y tal vez multiplicado, hasta que termine de purificar lo que sea necesario. Dios es Misericordioso, sí, pero también es Justo. 

Quien le diga a Dios: ‘Rechazo la vida que me has dado, y además no quiero esperar a que Tú me la pidas, yo quiero ser mi propio dios y decidir cuándo la acabo’, no puede pretender que llegará, por medio del suicidio, derechito al cielo’. 

Lo bueno es que entre quienes tienen una relación personal, íntima con Dios se da menos el suicidio. 

Un artículo publicado en Los Angeles Times el 29 de junio de 2016, cuenta el resultado de un interesante estudio. Evaluaron a 89,708 mujeres durante varios años, y descubrieron que de cada 100 mujeres que se suicidan, sólo siete son católicas. Concluyeron que los católicos practicantes que acuden regularmente a Misa tienen muchísimo menos probabilidades de suicidarse que quienes no tienen o no practican la fe. Cabe suponer que ello se debe a tres factores. 

El primero, que los católicos que asistimos a Misa a recibir el abrazo de Dios, Su Palabra, y a Jesús mismo en la Eucaristía, vivimos con la alegría de sabernos amados y sostenido por Dios, que en todo interviene para bien, y de ser miembros de una comunidad de hermanos, lo que nos permite enfrentar lo que sea con confianza, paz y esperanza.

El segundo es que los católicos tenemos claro que el suicidio es pecado mortal, y no queremos poner en riesgo nuestra salvación eterna.

Y el tercero es que los católicos enfrentamos los sufrimientos de manera distinta a las demás personas. Para ateos, agnósticos, protestantes y miembros de otras denominaciones religiosas, el sufrimiento es algo atroz que debe ser evitado a toda costa. Por ejemplo, los hermanos separados acostumbran decirle a quien enferma, con absoluta convicción y seguridad: ‘ten fe y te vas a curar’. Y si el pobre enfermo no se cura, a su dolor físico añade el dolor moral de sentir que tiene la culpa de su mal por su falta de fe. No se les ocurre que Dios pueda estar permitiendo esa enfermedad buscando su beneficio espiritual. 

En cambio los católicos creemos que Cristo nos salvó padeciendo; que en la cruz asumió todos nuestros sufrimientos, y sabemos que si unimos nuestros sufrimientos a los Suyos, éstos adquieren un sentido redentor, dejan de ser un agobio y se vuelven un medio para nuestra salvación. Podemos ofrecérselos por amor a Él, o en reparación por todos los ultrajes, sufrimientos e indiferencias con que es ofendido; o por las almas del Purgatorio; o por la conversión y salvación de nuestros seres queridos; o por alguna otra intención que queramos. 

Comprender el valor del dolor permite que cuando sufrimos no busquemos la falsa salida del suicidio, sino aceptemos lo que nos toque sufrir con paz, incluso son gratitud, sabiendo que puede convertirse en una gran bendición si lo unimos a lo que sufrió Jesús en la cruz.

Podemos concluir entonces que san Pablo no promovía el suicidio, ni la Iglesia tampoco.

Oremos para que quienes están considerando atentar contra su vida, puedan descubrir y valorar a tiempo que ésta es un maravilloso e inmerecido préstamo del Señor, y que sin importar lo que estén padeciendo, si Dios lo permite, es por algo, y Él les ayudará a superarlo.

Publicado el domingo 17 de junio de 2018 en la pag web y de facebook de Ediciones 72.