y los envió por delante...
a todas las ciudades y sitios a donde ÉL había de ir...'
(Lc 10,1)

¿Quién nos quitará la piedra?

Alejandra María Sosa Elízaga*

¿Quién nos quitará la piedra?

Quizá nos parezca rara la pregunta que se hacían aquellas mujeres de las que nos habla el Evangelio que se proclama en la Vigilia Pascual y en la Misa del domingo de Pascua (ver Mc 16, 1-7). 

Es que actualmente nos basta con ir al área de criptas de una iglesia o entrar y recorrer las arboladas veredas de un cementerio, para llegar fácilmente a donde está el nicho o la tumba donde yacen los restos de un ser amado, pero en tiempos de Jesús se solía sepultar a los muertos en una especie de cueva que se excavaba en la roca. 

En ese espacio oscuro, frío, se dejaba al difunto amortajado, salían los deudos y cerraban el sitio echando a rodar una piedra lo suficientemente grande y pesada como para que nadie pudiera moverla para meterse, y quedara tapando muy bien la entrada.
Ahí dejaban a su ser querido, encerrado en ese lóbrego sitio, sumido en la más terrible oscuridad. 

Se comprende entonces que cuando María Magdalena y otras mujeres iban al alba del domingo hacia el sepulcro de Jesús, con intención de embalsamar a su Maestro (pues el viernes no habían podido completar todos los rituales mortuorios como hubieran querido pues caía la tarde y comenzaba el sábado, en el cual estaba prohibido realizar este tipo de labores), se preguntaran: “¿Quién nos quitará la piedra de la entrada del sepulcro?” (Mc 16, 3). 

Su pregunta tiene una lógica evidente, referida a lo que en ese momento les preocupaba (ver si encontraban a algunos hombres a quiénes pedirles ayuda para que rodaran la piedrota y pudieran así entrar ellas al sepulcro de Jesús), pero como siempre sucede con la Palabra de Dios, la pregunta no sólo puede aplicar a lo inmediato, sino que va más allá. 

Expresa el interrogante más profundo que podemos plantearnos los seres humanos: ¿quién nos quitará la piedra del sepulcro?, ¿habrá alguien capaz de rescatarnos cuando muramos?, ¿será nuestra muerte un final sin remedio?, ¿permaneceremos para siempre encerrados en su tiniebla?, ¿no hay salida?, ¿no hay nada más después? 

Se trata de un cuestionamiento central de cuya respuesta depende todo, define por completo si podemos tener o no esperanza, y no sólo para cuando llegue el final de nuestras vidas, sino para iluminar y derrotar las realidades de muerte que vivimos cotidianamente, las pequeñas muertes que padecemos cada día, las que nos mueven a preguntarnos: ¿quién nos quitará la piedra que nos encierra y no nos deja salir de este dolor, del agobio de esta enfermedad, de esta ruptura familiar, de este vicio, de este fracaso, de esta crisis, de este sufrimiento que nos parece insoportable y al que no le encontramos ningún sentido?, ¿quién nos quitará esa piedra que nos aprisiona?, ¿quién podrá librarnos?, ¿quién nos mostrará la salida?  

Muchos creen que no hay respuesta y se vuelcan desesperanzados a buscar consuelo en las soluciones falsas que el mundo les ofrece, dinero, poder, alcohol, droga, sexo, violencia, consumismo. Pero eso lejos de rescatarlos de la angustiosa oscuridad los sumerge más en ella. 

Se equivocan quienes creen que no hay solución. Sí la hay. Sí hay Alguien que puede liberarnos de las piedras que nos mantienen encerrados en situaciones que nos abruman y en las que nos sentimos atrapados. Hay Alguien que vino a rescatarnos de la negrura del pecado y de la muerte. Hay Alguien que se dejó llevar hasta lo más hondo de la realidad humana, que entró hasta lo más profundo de la oscuridad del sepulcro, para iluminarlo, para abrirle una puerta que nos permita huir, que nos libre del horror de quedarnos allí para siempre.

Nos cuenta el Evangelio que cuando las mujeres llegaron aquel amanecer ante el sepulcro “vieron que la piedra ya estaba quitada, a pesar de ser muy grande” (Mc 16, 4). 

A la pregunta acerca de quién puede rescatarnos de nuestras muertes, las que sufrimos cada día y aquella con la cual terminará nuestra vida en este mundo, sólo hay una respuesta, y la respuesta es una persona: Jesús, Dios y Hombre verdadero, que vino a hacerse uno con nosotros, padeció, murió y resucitó para salvarnos de la muerte e invitarnos a vivir por toda le eternidad con Él.

Sólo el Resucitado sabe por dónde salir, sólo Él puede conducirnos hacia la luz, sólo Él puede mostrarnos el camino para dejar atrás toda tiniebla. 

En este Domingo de Pascua la Iglesia celebra gozosa la Resurrección de su Señor, y nos invita a abrir el corazón a la alegría sin igual de contar con la ayuda de Aquel que quitó la piedra, de Aquel que derrotó la muerte para llevarnos consigo para siempre.

Publicado el domingo 1° de abril de 2018 en la pag web y de facebook de Edicion es 72.