y los envió por delante...
a todas las ciudades y sitios a donde ÉL había de ir...'
(Lc 10,1)

Ya lo sabemos

Alejandra María Sosa Elízaga*

Ya lo sabemos

Si lo hubiera sabido.
Seguramente muchas veces hemos dicho o pensado esa frase, casi siempre lamentando haber hecho o dejado de hacer algo que no hubiéramos hecho o dejado de hacer, de haber sabido lo que no supimos.
Por ejemplo, puede ser que ayer estabas comiendo con tu mejor amigo, y hoy veinticuatro horas después lo estás velando, y piensas: ‘si hubiera sabido’ que era nuestra última comida juntos, nuestra última plática, nuestra último encuentro, hubiera reaccionado distinto, le hubiera expresado más mi afecto, mi agradecimiento, o tal vez lo hubiera animado a recibir los Sacramentos.
Si un desastre natural te dejó sin poder regresar a tu casa, o a tu escuela o a tu trabajo, lugares en los que dejaste muchas cosas, objetos, documentos, vitales para ti, quizá piensas: ‘si lo hubiera sabido’, hubiera sacado todo aquello, lo hubiera puesto a buen resguardo a tiempo.
O quizá simplemente un comentario que hiciste, una respuesta que diste, un asunto en el que interviniste, resultó mal y se creó un tremendo lío que te dejó pensando: ‘si lo hubiera sabido’, ni me hubiera metido.
Nuestra mirada retrospectiva suele llenarnos de reproches y de remordimientos porque vemos el pasado con el conocimiento que tenemos hoy. Pero la verdad es que no podíamos saber lo que sucedería, así que es inútil recriminarnos por reaccionar como reaccionamos con nuestro limitado conocimiento de ese momento.
Muy distinto es el caso que plantea san Pablo en la Segunda Lectura que se proclama este domingo en Misa (ver 1Tes 5, 1-6).
El apóstol nos anuncia algo que sucederá en el futuro.
Afirma san Pablo que “el día del Señor llegará como un ladrón en la noche”. ¿A qué se refiere? A que la Segunda Venida de Cristo, cuando regrese al final de los tiempos, sucederá cuando menos lo esperemos. 
Dice el apóstol: “Cuando la gente esté diciendo: ‘¡Qué paz y qué seguridad tenemos!’ de repente vendrá sobre ellos la catástrofe, como de repente le vienen a la mujer encinta los dolores del parto, y no podrán escapar.
¿De qué nadie podrá escapar? Del encuentro definitivo con Jesús, de tener que rendir cuentas de lo que hicimos con lo que nos dio a administrar, lo que fuimos y tuvimos; de que todo pensamiento, palabra, obra y omisión salga a la luz en el Juicio Final.
¿Por qué nos lo dice desde ahora? Porque no sabemos cuándo sucederá, puede ser dentro de un minuto o en muchos años, pero de seguro ocurrirá, por lo que más nos vale estar prevenidos.
Y ¿cómo nos prevenimos para algo así? Nos lo dice el propio san Pablo:
“No vivamos dormidos, como los malos, antes bien, mantengámonos despiertos y vivamos sobriamente”.
Nos propone no vivir dormidos. ¿Qué significa esto? No dejarnos adormecer la conciencia, no vivir como sonámbulos manipulados por los medios de comunicación, lo ‘políticamente correcto’, las modas, lo que se usa, lo que todos hacen. Mantenernos despiertos, atentos, a descubrir cuál es la voluntad de Dios en nuestra vida, y seguirla.
Y nos propone vivir con sobriedad, con austeridad, sin excesos, sin despilfarros, sin caer en la trampa que nos tiende el mundo, que pretende hacernos creer que valemos por lo que tenemos; no entrarle al consumismo, no despojar a nadie de lo que le corresponde, no acaparar para nosotros lo que podríamos compartir con los demás. 
San Pablo nos está anunciando, a buen tiempo, a buena hora, que un día, cuando menos lo esperemos, vendrá de nuevo Jesús. 
Más nos vale que nos preparemos, porque cuando suceda no podremos decir: ‘si lo hubiera sabido’.  Ya lo sabemos.

 

Publicado el 19 de noviembre de 2017 en las pags web y de facebook de Ediciones 72