y los envió por delante...
a todas las ciudades y sitios a donde ÉL había de ir...'
(Lc 10,1)

Se buscan Jeremías

Alejandra María Sosa Elízaga*

Se buscan Jeremías

Todos mis amigos espiaban mis pasos, esperaban que tropezara y me cayera”.

Si alguien lee esta frase y se entera de que la dio un joven de alrededor de dieciséis años, tal vez no le dé importancia, pensando que es expresión de esa típica fase pasajera de ‘nadie me quiere, nadie me comprende’ por la que atraviesan muchos adolescentes. 
Pero no lo es.
El que la pronunció no estaba deprimido ni exagerando, sino narraba tal cual lo que le estaba pasando. 
La dijo Jeremías, según vemos en la Primera Lectura que se proclama en Misa este domingo (ver Jer 20, 10-13), y su testimonio resulta conmovedor por dos razones: la primera, porque la animadversión de sus amigos no ocurrió por algún desacuerdo trivial, sino porque él se atrevió a decirles, de parte de Dios, lo que no deseaban escuchar. Y la segunda, porque estando él en una edad en la que se suele dar grandísima importancia a tener amigos y a ser aprobado por ellos y no es raro llegar a extremos con tal de lograrlo, supo mantenerse firme, no sucumbió, a pesar del dolor del rechazo, a la tentación de cambiar su discurso para ser aceptado.

Cuando Jeremías fue llamado por Dios para ser Su profeta, es decir, para hablar en Su nombre, se resistió alegando que él era apenas un muchacho y que no sabía hablar (ver Jer 1, 6), pero Dios le dijo que no tuviera miedo, que estaría siempre con Él, y puso Sus palabras en su boca. (ver Jer 1, 7-9).
Con todo y eso, no le fue fácil cumplir su misión porque sus mensajes incomodaban, indignaban y llenaban de ira a quienes los escuchaban.
Por su predicación fue perseguido, recibió palizas, tuvo momentos de desánimo en que quiso morirse, pero al mismo tiempo reconoció que aunque a veces hubiera querido olvidarse de Dios y no hablar más en Su nombre, no podía callar, porque había en su “corazón algo así como un fuego ardiente” que, aunque hubiera querido, no lograba apagar (ver Jer 20, 7-9).

¡Su oportuno ejemplo y su intercesión son muy necesarios para nuestros jóvenes hoy!

En estos tiempos en que son bombardeados por todos lados, y principalmente en los medios de comunicación, por mensajes que proponen maneras de pensar y de vivir contrarias a lo que pide Jesús en los Evangelios, que buscan convencerlos de que lo correcto es dejarse llevar por la corriente, no hacer caso de lo que enseña la Iglesia, sino hacer lo que dice o hace toda la gente, hay que pedirle a Jeremías que ore por ellos para que sepan discernir la verdad y, como él, dar un testimonio valeroso y coherente. 

Leía en un sitio católico en internet, que en EUA y en otros países están surgiendo muchos grupos juveniles dedicados a ayudar a otros jóvenes en diversos aspectos, por ejemplo a vivir en castidad, a no consumir pornografía, a no abortar, a orientar adecuadamente su identidad sexual, a no formar pandillas, a no recurrir a la violencia. 
Su trabajo es heroico, porque suelen recibir burlas, críticas y oposición, y ha sido efectivo, porque un joven que no acudiría con un director espiritual y que cuando sus papás lo aconsejan, alza la vista al techo y se encoje de hombros, sí suele mostrarse receptivo a lo que le dicen otros jóvenes como él.

Quiera Dios que por intercesión de san Jeremías, surjan en nuestro país grupos así, de gente joven y valiente que se atreva a ir a contracorriente, sabiendo que la verdadera compasión no consiste en secundar al amigo en su error, sino en ayudarle a descubrir la verdad y encaminarlo hacia el Señor.

Publicado el domindo 25 de junio de 2017 en las pags web y de facebook de ‘Desde la Fe’, Semanario de la Arquidiócesis de México; en la de SIAME (Sistema Informativo de la Arquidiócesis de México), y en la de Ediciones 72, editorial católica mexiana.