y los envió por delante...
a todas las ciudades y sitios a donde ÉL había de ir...'
(Lc 10,1)

No, no, no...

Alejandra María Sosa Elízaga**

No, no, no...

A primera vista parece una larga lista de puros ‘no’. No hagas esto, no hagas lo otro, no hagas aquello,  no, no, no.

Y a los seres humanos ¡nos repatea que nos digan ‘no’!

Lo vemos en la nena que hace pucheritos o franca rabieta, cuando le niegan algo que quiere; en el rebelde sin causa en cuya playera se lee: ‘prohibido prohibir’; en el adulto que se alejó de la Iglesia porque dice: ‘a mí nadie me manda’.

Sabiendo que nos choca el ‘no’, ¿por qué nos dio Dios Sus mandamientos formulados como prohibiciones?

Porque también sabe que para que no hagamos algo no basta con que nos lo sugieran, tienen que prohibírnoslo. Si un automovilista ve un letrero que dice: ‘elija vías alternas’, probablemente piense: ‘ya estoy aquí, ya por aquí me sigo’, pero si ve un letrero rojo que indica:  ‘no hay paso’, buscará otra ruta.

Aunque nos cueste admitirlo, obedecemos más cuando nos dicen ‘no’.

Pero es una tontería que nos quedemos enfocados sólo en el ‘no’.

Consideremos esto, cuando un papá le dice a su niño un pequeño ‘no’, le está diciendo un amplísimo ‘sí’. Por ejemplo, cuando le dice ‘no’ a hacer algo que puede dañarlo, le está diciendo ‘sí’ a conservar su salud y bienestar para disfrutar de la vida.

Lo mismo sucede con cada ‘no’ que Dios mandó a Su pueblo, según leemos en la Primera Lectura que se proclama este domingo en Misa (ver Ex 20, 1-17).

Él que nos creó, que nos conoce, que sabe qué nos beneficia y qué nos perjudica, nos pidió, entre otras cosas, no adorar ídolos, no matar, no robar, no mentir.

Cada ‘no’ implicaba un mayor ‘sí’. Un sí a abrir el corazón hacia Dios y dejarse inundar por Su amor; un sí a la vida, un sí a la justicia y a la fraternidad, un sí a la verdad.

¡Ah si desde que los recibió, el ser humano hubiera cumplido los mandamientos de Dios, qué distinto sería hoy el mundo!

Nadie tendría por ídolo al dinero, al poder, al placer; no habría guerras ni violencia; nadie tomaría lo que no le pertenece; no habría infidelidad en los matrimonios ni políticos que prometieran lo que no pensaban cumplir...

Pero no es así.

Dios nos dio lo que alguien llamó el ‘instructivo del fabricante’, las indicaciones de qué debemos hacer para no ‘descomponernos’, pero no le hicimos caso.

Adoramos ídolos, matamos, robamos, mentimos...

Hacemos de nuestra vida un lío y del mundo un caos.

Y quisiéramos arreglar las cosas pero no sabemos cómo.

Por eso la Iglesia nos recuerda, oportuna, en este Tercer Domingo de Cuaresma, que estamos a tiempo de desandar nuestros pasos desviados y retomar la senda marcada por Dios; volver a lo elemental, a lo básico, a cumplir los mandamientos.

No importa si otros no los cumplen, si los consideran pasados de moda, allá ellos.

Nunca estará pasado de moda adorar a Dios por encima de todo, respetar lo que el otro es y tiene, ser veraces...

¿Nos preguntamos cómo cambiaría el mundo si todos cumpliéramos los mandamientos? ¡Pues vamos a averiguarlo! Empecemos por cumplirlos nosotros...

*Publicado el 8 de marzo en 'Desde la Fe', Semanario de la Arquidiócesis de México (www.desdelafe.mx) y en la pag. del Sistema Informativo de la Arquidiócesis de México (www.siame.com.mx), y en la pag web y de facebook de Ediciones 72. Conoce los libros y cursos de Biblia gratuitos de esta autora y su ingenioso juego de mesa 'Cambalacho' aquí en www.ediciones72.com