y los envió por delante...
a todas las ciudades y sitios a donde ÉL había de ir...'
(Lc 10,1)

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Alejandra María Sosa Elízaga**

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Si descubres un lugar maravilloso y gratuito para pasar unas vacaciones formidables, ¿se lo comentarías a tus amigos o ‘respetarías su derecho’ de pasar sus vacaciones en un lugar donde todo les cueste demasiado y no la pasen tan bien?

Si acostumbras a ir a comer a un sitio donde cocinan delicioso, platillos que sabes que le caerían de maravilla a una persona de tu familia que no debe comer ciertas cosas que le hacen daño, ¿la invitarías a ir allí o ‘respetarías su derecho’ a enfermarse del estómago?

Si leíste un libro estupendo o viste un filme buenísimo, ¿se lo recomendarías a alguien que sabes lo disfrutaría, o ‘respetarías su derecho’ a no leer ni ver algo tan bueno ?

Muy probablemente respondiste en los tres casos que claro que sí comentarías, invitarías, recomendarías aquello que consideras formidable, delicioso, estupendo.

¡Nos encanta compartir las cosas buenas con los demás!

Por eso es muy extraño que cuando se trata de compartir la fe, reaccionamos al revés, pensamos que debemos ‘respetar su derecho’ a tener una fe distinta a la nuestra o no tenerla en absoluto, y eso implica no comentarles nada, no compartirles nada, conformarnos con vivir nuestra fe individual y discretamente.

Y así, por nuestros ‘respetos humanos’ tal vez privamos a los demás de que tengan un contacto, aunque sea fugaz y pequeñito, con las cosas de Dios; nos guardamos una semilla que tal vez hubiera logrado germinar.

En este domingo en que la Iglesia celebra el DOMUND (Domingo Mundial de las Misiones), y se nos pide que apoyemos con oración y donativos a los misioneros que van a tierras distantes a evangelizar, se nos recuerda que también nosotros estamos llamados a dar a conocer la Buena Nueva de Jesucristo a los demás.

Jesús pide en el Evangelio: “Vayan y hagan discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo cuanto Yo les he mandado” (Mt 28, 19-20a).

Y nuestra tarea es mucho más fácil que la de los hermanos misioneros, así que no pongamos pretextos.

Puede ser tan sencilla como llegar de buenas el domingo, a la comida con parientes o amigos, y comentarles que vienes feliz porque fuiste a Misa y siempre sales así. Punto, sin más ‘rollo’, sin reprocharles que ellos no fueron, sin nada más que un testimonio que primero les entró por los ojos, y por eso aunque breve, fue contundente.

O puede ser tan simple como enviarle a alguien un mensajito con una bella cita bíblica o una frase del Papa Francisco y decirle que te encantó ese texto y quisiste compartírselo.

O tal vez invitar a alguna persona a acompañarte a una charla, a una clase de Biblia, a la Misa a la que te gusta asistir.

Si en nuestra vida cotidiana disfrutamos compartiéndolo todo con los demás (te lo presto, sé que te gustará’; ‘ven a ver esto, ¡qué maravilla!’, ‘prueba, qué rico!’), disfrutaremos mucho más si compartimos lo mejor que tenemos, nuestra fe, pues como siempre sucede con las cosas de Dios, nos enriquece recibir, pero ¡nos enriquece el doble compartir!

*Publicado el 19 de octubre de 2014 en 'Desde la Fe', Semanario de la Arquidiócesis de México (www.desdelafe.mx) y en la pag. del Sistema Informativo de la Arquidiócesis de México (www.siame.com.mx). Conoce los libros y cursos de Biblia gratuitos de esta autora y su ingenioso juego de mesa 'Cambalacho' aquí en www.ediciones72.com