y los envió por delante...
a todas las ciudades y sitios a donde ÉL había de ir...'
(Lc 10,1)

Valor

Alejandra María Sosa Elízaga**

Valor

Desde el noble caballero que arremete contra el dragón para salvar a la dama en los cuentos infantiles, hasta el ciudadano común y corriente, que pasaba por ahí y al ver una casa incendiándose o derrumbada, se atreve a arriesgar su vida y entrar a salvar a unos niños a los que no conoce pero a los que oye gritar; desde un famoso héroe del cine, que supera mil peligros con tal de cumplir su altruista misión, hasta la persona anónima que enfrenta cada instante del día una realidad muy difícil por enfermedad, o por su creciente dependencia debido a su avanzada edad, o por alguna otra razón que le complica la existencia, todos necesitan, y de hecho tienen, algo en común, que les permite salir adelante: valentía, valor.

A diferencia del miedo, que nos hace huir o nos paraliza, pero en todo caso nos hace evadir aquello que nos atemoriza, el valor nos da el ánimo, el impulso, el empuje que necesitamos para vivir lo que nos toque vivir, y salir adelante.

 ¿De dónde viene el valor?

 Si buscáramos respuesta en el cine o la televisión, pensaríamos que viene de tomar un trago de alguna bebida alcohólica, porque es lo que desgraciadamente suelen hacer en pantalla los personajes para ‘agarrar valor’.

 Si buscáramos respuesta en el mundo, pensaríamos que viene del poder que dan el dinero o las armas, pues quien los posee suele ‘envalentonarse’ por ello.

 Pero como creyentes sabemos que las respuestas no están allí, sino en la Palabra de Dios.

 Y, por citar un ejemplo, en el Salmo que se proclama este domingo en Misa, dice el autor:

 “Señor, te damos gracias

por Tu lealtad y por Tu amor,

siempre que te invocamos

nos oíste,

y nos llenaste de valor” (Sal 138, 2-3)

 Es muy significativo que lo que le agradece a Dios no es que cuando lo invocó, Él cambió la situación o lo rescató de ésta; lo que agradece es que lo llenó de valor.

 Y tal vez las cosas siguieron mal, pero su nueva actitud, su fortaleza interior le permitió vivirlas de otra manera y superarlas.

 A veces cuando estamos pasando por una circunstancia que nos angustia, le pedimos a Dios que nos ayude y esperamos que Su ayuda consista en que desaparezca aquello que nos agobia, y si esto no desaparece nos desanimamos, dejamos de orar, pensamos que no tiene sentido, que Dios no nos escucha, o que nos escucha pero no nos hace caso.

 No es así.

 Dice el salmista: “siempre que te invocamos nos oíste”.

 Dios nunca es sordo a nuestra oración.

 Lo que sucede es que no siempre la responde como nosotros queremos o esperamos.

 Pero de lo que sí podemos estar seguros es de que la responde, y lo primero que nos da es valor para no flaquear ante lo que nos toque enfrentar.

 Cuánta gente ha pasado por tremendas tragedias, y cuando ha transcurrido el tiempo y mira hacia atrás, dice: ‘no sé cómo no enloquecí’, ‘no sé cómo le hice para seguir adelante’.

 No lo sabe porque busca respuestas en sí misma y ahí no están.

 Nadie tiene lo que se necesita para salir bien librado de los golpes terribles que le toca vivir, sólo con la gracia de Dios puede lograrlo.

 Lo sepamos o no, es Él quien nos sostiene, nos fortalece, consuela, sana, anima.

 Y así, aunque de momento no podamos captar por qué permite que nos ocurran ciertas cosas (como dice san Pablo en la Segunda Lectura -ver Rom 11, 33-36- los designios de Dios son impenetrables, y Sus caminos incomprensibles), sí podemos captar que Él nos da el valor para superarlas, porque nos tiene siempre en Sus manos amorosas.

*Publicado el 24 de agosto de 2014 en 'Desde la Fe', Semanario de la Arquidiócesis de México (www.desdelafe.mx) y en la pag. del Sistema Informativo de la Arquidiócesis de México (www.siame.com.mx). Conoce los libros y cursos de Biblia gratuitos de esta autora y su ingenioso juego de mesa 'Cambalacho' aquí en www.ediciones72.com