y los envió por delante...
a todas las ciudades y sitios a donde ÉL había de ir...'
(Lc 10,1)

Palabra Viva

Alejandra María Sosa Elízaga**

Palabra Viva

La primera vez que acudí a una clase de Sagrada Escritura, el profesor, señalando su Biblia, citó la primera parte del texto que se proclama este domingo en Misa como Segunda Lectura: “La Palabra de Dios es viva...” (Heb 4,12).

No recuerdo qué siguió diciendo después, porque yo me quedé atorada en esa primera frase, preguntándome qué quiso decir con eso de “viva”.

Pensaba, ¿a qué se refiere, de veras cree que está viva, que no es un libro sino un ser vivo?, o ¿qué quiso decir?

Surgió en mí una inquietud que me movió a tratar de averiguar qué había detrás de semejante afirmación.

Y no me tardé mucho en averiguarlo.

De aquello ya pasó casi un cuarto de siglo, pero lo menciono ahora es porque se me ocurre que tal vez haya alguien que al escuchar este domingo la Segunda Lectura se pregunte, como me pregunté yo aquella vez, qué significa eso de que “la Palabra de Dios es viva”, y quisiera ayudarle para que no se tarde en descubrir que es verdad, que sí es viva, en, al menos, siete aspectos:

  1. La Palabra de Dios es viva porque viene del Autor de la Vida, de Aquel que dijo de Sí mismo: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14,6), Aquel cuya sola palabra creó todo cuanto existe (ver Jn 1, 1-5); Aquel que con una sola orden calmó la tempestad, devolvió la salud a los enfermos y dio vida a los difuntos, Aquel que derrotó la muerte y vive para siempre.
     
  2. La Palabra de Dios es viva porque nos alimenta espiritualmente, nos fortalece, nos da vida.
    “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt 4,4).
    La Palabra de Dios nos rescata de vivir la existencia sin hallarle sentido, nos libra del vacío, de lo que el Papa llamó: la ‘cultura de la muerte’.
    A través de Su Palabra, Dios nos vivifica con Su aliento vital.
     
  3. La Palabra de Dios es viva porque nos sigue el paso. 
    Llega a nosotros siempre oportuna, ni antes ni después de lo que la necesitamos, y es pertinente, certera, nos habla de lo que nos está pasando y nos dice lo que nos hace falta escuchar (aunque no siempre coincide con lo que nos gustaría escuchar...).
    Estremece ver qué oportuna es la Palabra que se proclama en Misa cada día, y cómo se relaciona con lo que nos está sucediendo en el momento.
    En verdad es “más penetrante que una espada de dos filos. Llega hasta lo más íntimo del alma, hasta la médula de los huesos y descubre los pensamientos e intenciones del corazón” (Heb 4, 12).
    Y eso no sólo a nivel personal, también comunitario, nacional, incluso mundial.
    Recuerdo hace poco que hubo una temporadita en la que sucedieron sismos en diversos lugares del planeta.
    Entonces le tocó al DF. Estábamos en Misa de 12 pm cuando comenzó a temblar. Como la persona que leía la Primera Lectura no alzó la vista, no se dio cuenta de que las lámparas de la parroquia se bamboleaban de un lado al otro, así que siguió leyendo.
    Fue providencial porque la señora a la que le tocaba leer después, y que sí se percató de que estaba temblando, no se atrevió a bajarse del ambón e interrumpir la Misa, sino que se puso a proclamar a voz en cuello (en parte por la emoción y en parte porque se había ido la luz y no servía el micrófono), el Salmo correspondiente a ese día, que decía:
    “Dios es nuestro refugio y nuestra fuerza. 
    Poderoso defensor en el peligro. 
    Por eso no tememos aunque tiemble la tierra...” (Sal 46, 2-3).

     
  4. La Palabra de Dios es viva porque actúa, opera, cumple lo que promete.
    No es ‘letra muerta’; no es un texto antiguo que refiere algo que ya pasó.
    La Palabra de Dios se cumple hoy, a cada instante, siempre que se proclama.
    Y al que la escucha le deja una oleada de gracia, de bendición.
    Nadie permanece igual después de leer y meditar la Palabra. Hay un cambio, aunque sea imperceptible, una diferencia en su alma; queda una semilla.
    Dijo Dios, a través del profeta Isaías:
    “Como descienden la lluvia y la nieve de los cielos y no vuelven allá, sino que empapan la tierra, la fecundan y la hacen germinar, para que dé simiente al sembrador y pan para comer, así será Mi Palabra, la que salga de Mi boca, que no tornará a Mí de vacío, sin que haya realizado Mi voluntad y haya cumplido aquello a que la envié.” (Is 55, 10-11).
    Y siglos más tarde, escribiría san Pablo:
    “No cesamos de dar gracias a Dios porque al recibir la Palabra de Dios que os predicamos, la acogisteis, no como palabra de hombre, sino cual es en verdad, como Palabra de Dios, que permanece operante en vosotros, los creyentes.” (1Tes 2,13).
    En otra carta le decía a su ayudante, Timoteo:
    “Toda Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para argüir, para corregir y para educar en la justicia...” (2Tim, 3, 16).
    Y más adelante lo exhortaba:
    “Proclama la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprende, amenaza, exhorta con toda paciencia y doctrina. “(2Tim 4, 2).
    Claro, sabía que la Palabra viva, operante, sembrada en un alma, tarde o temprano germinaría.
     
  5. La Palabra de Dios es viva porque no es perecedera.
    No tiene ‘fecha de caducidad’.
    Jesús afirmó: “El cielo y la tierra pasarán, pero Mis palabras no pasarán” (Lc 21,33).
    Y más adelante, san Pedro dijo, citando un pasaje del profeta Isaías (ver Is 40, 6b-8):
    “Pues toda carne es como hierba y todo su esplendor como flor de hierba; se seca la hierba y cae la flor; pero la Palabra del Señor permanece eternamente. Y ésta es la Palabra: la Buena Nueva anunciada a vosotros.” (1Pe 1, 24-25)
  6. La Palabra de Dios es viva porque si la escuchamos, si la acogemos, si la ponemos en práctica, es capaz de santificarnos.
    Jesús oró pidiendo a Su Padre: “Santífícalos en la verdad. Tu Palabra es la verdad” (Jn 17, 17)
     
  7. La Palabra de Dios es viva porque escucharla y cumplirla nos conduce a la vida eterna.
    Es camino seguro de salvación.
    Jesús aseguró: “En verdad, en verdad os digo: el que escucha mi Palabra y cree en el que me ha enviado, tiene vida eterna.” (Jn 5, 24).

En conclusión: queda claro que la Palabra de Dios es viva, eficaz, poderosa.

Sabiendo esto, cabe entonces preguntarnos: ¿cómo la recibiremos la próxima vez que la escuchemos?, ¿fingiremos necia sordera?, ¿o nos atreveremos a dejar que nos penetre y se deslice de las orejas al corazón?

*Publicado el domingo 14 de octubre de 2012 en la página web de 'Desde la Fe', Semanario de la Arquidiócesis de México (www.desdelafe.mx) y en la del Sistema Informativo de la Arquidiócesis de México (www.siame.com.mx).
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