y los envió por delante...
a todas las ciudades y sitios a donde ÉL había de ir...'
(Lc 10,1)

Pan para el camino

Alejandra María Sosa Elízaga**

Pan para el camino

Si no fuera porque está escrito en la Biblia, pensaríamos que le inventaron un chisme, porque no podríamos creer que algo así le hubiera sucedido al profeta Elías. Era un hombre al que Dios le había dado muestras extraordinarias de Su amistad y protección, y le había concedido realizar grandes milagros en Su nombre. Por citar un ejemplo, cuando Dios quiso dar una reprimenda al rey Ajab, que influido por su esposa Jezabel había construido en Samaria un altar y un templo al dios pagano Baal, envió a Elías a anunciar que habría una tremenda sequía (ver 1Re 17, 1), y para protegerlo de la reacción airada del rey, lo mantuvo escondido cerca de un torrente para que tuviera agua fresca que beber, y le envió cuervos que le llevaban de comer (ver 1 Re 17, 6). Y cuando se secó el torrente (claro, como había sequía), lo envió a casa de una viuda, a la que le hizo el milagro de que no se le terminara el aceite ni la harina (ver 1Re 17, 14-16), y cuando el niño de ésta murió, le concedió devolverle la vida (ver 1Re 17, 22). Y cabe mencionar también que con la gracia de Dios Elías tuvo el valor de enfrentar con suma tranquilidad y buen humor, a cuatrocientos cincuenta profetas de Baal (mantenidos por Jezabel), los venció con ayuda de Dios, al que invocó confiadamente y del que recibió pronta respuesta, luego de lo cual ¡los degolló personalmente! (ver 1 Re 18, 19-40). Como se ve, era todo un personaje, del que no se comprende que cuando la reina, furiosa por la muerte de sus cuatrocientos cincuenta profetas, le mandó decir que le haría lo mismo a él, “tuvo miedo y huyó para salvar su vida” (1Re 19,3). Y sorprende más lo que leemos en la Primera Lectura que se proclama este domingo en Misa (ver 1Re 19, 4-8): que luego de caminar por el desierto un día entero, se sentó bajo un árbol, sintió deseos de morir, le pidió a Dios que le quitara la vida y se echó a dormir (la versión veterotestamentaria de estar ‘depre’). ¿A qué se debió semejante actitud?, ¿qué pudo sucederle que lo hiciera desear morir? Podemos hallar dos razones: la primera, que en lugar de tener confianza en Dios tuvo miedo. Y la segunda, que desesperó porque Dios, que siempre le había concedido grandes milagros, esta vez al parecer estaba mirando para otro lado, siendo que hubiera podido, por ejemplo, mandar que bajara fuego del cielo para achicharrar a la reina o cuando menos chamuscarla lo suficiente como para que lo dejara en paz. Que una sola vez Dios no hubiera intervenido de inmediato a su favor, bastó para que Elías se sintiera desanimado, olvidando todo lo que Dios le había concedido en el pasado.

Así suele suceder. A todas horas, todos los días, Dios hace por nosotros miles de milagros chicos y grandes (la mayoría de los cuales nos pasan desapercibidos y ni se los agradecemos); pero apenas permite que algo que consideramos malo nos suceda, y no nos libra de eso tan pronto como se lo rogamos (o exigimos), se nos olvida todo lo anterior que ha hecho por nosotros; ya no cuenta que nos libró de aquel peligro, de aquella enfermedad, de aquella crisis; lo que nos importa es que nos libre de esta enfermedad, de este peligro, de esta crisis; que nos rescate de lo que estamos viviendo ahorita, y si no lo hace nos decepcionamos y nos ‘sentimos’ con Él; lo chantajeamos: ‘está bien, Señor, si no quieres ayudarme no importa; si no quieres hacer este insignificante favor, que no te cuesta nada porque eres Todopoderoso, lo comprendo, sé que tienes cosas más importantes que atender que preocuparte de mí, que tanto te rezo (o ‘que te sirvo desde hace tanto tiempo’, o ‘que te he sido tan fiel’, cada quien añade la frase de su cosecha), pero si así me vas a tratar, mejor recógeme de una buena vez’ (el equivalente al “quítame la vida” que le dijo Elías).

No importa cuántos favores nos haya concedido Dios, si no nos concede el de hoy nos quebramos, nos queremos morir. Igualito que Elías que se echó a dormir con ganas de ya no despertarse.

Llama la atención la facilidad con la que él y nosotros, en lugar de mantenernos firmes confiando en la Providencia Divina, que nos ha dado ¡sobradas pruebas! de que es de fiar, nos desanimamos. Lo bueno es que Dios, no se da por ofendido (aunque francamente le damos bastantes razones para ello), y una y otra vez nos muestra pacientemente que el hecho de que no intervenga como y cuando se lo pedimos no significa que no esté atento a nuestras necesidades y dispuesto a darnos Su amoroso auxilio.

Elías no había empezado a roncar cuando ya lo estaba despertando un ángel enviado por Dios que le traía lo que más falta le hacía: nada menos que pan calientito y agua fresca para recuperar las fuerzas (ver 1 Re 19,6) ¡Clara muestra de que Dios estaba más pendiente de él de lo que imaginaba, y sabía mejor que él lo que le convenía! Elías comió y bebió, pero ¡se volvió a dormir! (¿no te digo?). Pero Dios, que no se deja ganar en perseverancia, volvió a enviar a Su ángel, que lo despertó por segunda vez para ofrecerle de nuevo pan y agua (ver 1Re19,7).

Luego de comer el segundo pan Elías ya no se durmió, se puso en camino. Y cabe hacer notar que cuando había estado impulsado por el miedo, sólo había alcanzado a caminar un día (ver 1 Re 19, 3-4), pero ahora, impulsado por la fuerza que le dio este alimento enviado por Dios, tuvo fuerzas para caminar cuarenta días y cuarenta noches hasta llegar hasta donde se encontraría con Él (ver 1Re 19, 8).

Siempre me había llamado la atención que Elías hubiera necesitado una ‘segunda tanda’ de pan. ¿Por qué el primero no fue suficiente?, después de todo era un pan enviado por Dios. Tal vez se pueda encontrar respuesta en las palabras de Jesús en el Evangelio que se proclama este domingo en Misa (ver Jn 6, 41-51), cuando dice a Sus oyentes: “Sus padres comieron el maná en el desierto y sin embargo, murieron” (Jn 6 49) y más adelante añade: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre” (Jn 6, 51). Tal vez ese primer pan que comió Elías representa el maná, y el segundo pan anuncia lo que será la Eucaristía, un Alimento que permite, a quien lo recibe, caminar firme al encuentro de Dios.

Qué emoción pensar que, a diferencia de Elías, nosotros ya contamos con el Pan Eucarístico; qué descanso para el alma saber que aunque, como le sucedió al profeta, a veces se nos venga el mundo encima y nos parezca que Dios se olvida de nosotros porque no resuelve al instante lo que le pedimos, el Señor nunca se olvida, está atento a lo que nos sucede e interviene eficazmente a nuestro favor. Y ya no nos envía un ángel con pan y agua. Ha venido Él en persona a entregársenos como Pan Vivo, para ser nuestro sustento, nuestro sostén, nuestro único y verdadero alimento, el que nos rescata de la fatiga, del desaliento, de la debilidad, el que nos da fuerzas para caminar con Él y hacia Su encuentro.

*Publicado el domingo 12 de agosto de 2012 en la pag web de "Desde la Fe", Semanario de la Arquidiócesis de México (www.desdelafe.mx) y en la del Sistema Informativo de la Arquidiócesis de México (www.siame.com.mx).
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