y los envió por delante...
a todas las ciudades y sitios a donde ÉL había de ir...'
(Lc 10,1)

Imitadores

Alejandra María Sosa Elízaga**

Imitadores

No osaría pronunciar una frase como la que dijo san Pablo en la Segunda Lectura que se proclama este domingo en Misa (ver 1Cor 10, 31-11,1), y casi me atrevería a segurar que tú tampoco: “Sean imitadores míos, como yo lo soy de Cristo” (1Cor 11,1).

 Sólo se puede invitar a otros a imitarte cuando lo que haces es digno de imitación.

En este caso, Pablo era digno de ser imitado porque realmente procuró en todo imitar a Cristo, por ejemplo, perdonó una y otra vez a sus enemigos, viajó incansablemente anunciando la Buena Nueva, de palabra y de obra, desgastó su vida, dando todo de sí, por la conversión de los demás. De él podía decirse, como dijo san Pedro de Jesús, que “pasó haciendo el bien” (Hch 10,38).

 Nosotros, en cambio, solemos vivir lo que san Juan Pablo II llamaba la esquizofrenia de la fe, y que consiste en llevar una especie de doble vida, muy devotos durante el ratito que pasamos en la iglesia, y el resto del tiempo viviendo como si no hubiera Dios.

 Nos hemos acostumbrado a que nuestra existencia esté partida por un abismo entre teoría y práctica, entre lo que creemos o decimos creer y lo que realmente hacemos, y saltamos tranquilamente de una orilla a la otra, de ida y vuelta, sin percatarnos de nuestra incongruencia.

 Y así por ejemplo no es raro ver al automovilista que trae un Rosario colgando del espejo retrovisor, cerrársele violentamente a otro coche o tocarle enfurecido cinco claxonazos (ta tatatá ta) a conductores y peatones que se atraviesan en su camino; a la mamá que lleva piadosa a su niño al catecismo, pero lo espera contándoles chismes y mentiras a las otras mamás, a una persona que presta comedida un servicio en la iglesia, pero es déspota con los feligreses que acuden a ésta.

Basten estos ejemplos para establecer que estamos re-lejos de ser imitadores de Cristo y por lo tanto, estamos también re-lejos de ser dignos de ser imitados.

 El problema es que ¡no podemos impedir que otros nos imiten! Los propios hijos y demás familiares, los amigos, los colegas de la oficina y muchas otras personas que quizá no conocen a otros católicos fuera de nosotros, nos toman como medida para saber si pueden o no hacer o decir algo; se dicen a sí mismos: ‘si él, si ella, que es muy católico, dijo esto, hizo esto, envió esto por las redes sociales, entonces yo también puedo decirlo, hacerlo, enviarlo...’.

 Es inevitable que si nos saben católicos, las personas que nos rodean estén atentas a ver cómo vivimos, qué decimos, cómo reaccionamos ante lo bueno y lo malo que nos sucede, y sin querer copien nuestras actitudes.

 No nos queda más remedio que hacer un esfuerzo consciente por ser coherentes con nuestra fe y procurar dar un buen testimonio cristiano a los demás.

 A unos cuantos días de iniciar la Cuaresma, estamos a muy buena hora para proponernos ser imitadores de Cristo; vivir preguntándonos, ‘¿qué haría Él en mi lugar?, ¿cómo reaccionaría ante esta persona, ante esta circunstancia?’, y actuar en consecuencia.

 Nuestro testimonio de vida vale más de mil palabras. Recordemos lo que dice el dicho: ‘lo que tú digas puede o no convencer, pero tu ejemplo, arrastra’.

*Publicado el 15 de febrero de 20135en 'Desde la Fe', Semanario de la Arquidiócesis de México (www.desdelafe.mx) y en la pag. del Sistema Informativo de la Arquidiócesis de México (www.siame.com.mx), y en la pag de facebook de Ediciones 72. Conoce los libros y cursos de Biblia gratuitos de esta autora y su ingenioso juego de mesa 'Cambalacho' aquí en www.ediciones72.com